El moderno automóvil apareció ese domingo volando por el aire y no deslizándose por cualquiera de las agujereadas pistas. En el aire todavía hizo una serie de acrobacias, voló muy cerca de los techos, hizo evoluciones riesgosas entre las torres de alta tensión y aterrizó en la azotea del edificio arruinado de la calle Raimondi. Era el espectacular momento del arribo del más moderno de los autos del mundo. Era el Aero móvil 3.0

Construido para deslizarse a ras de tierra o de pista y para de repente desplegar sus alas y elevarse como si fuera un ligero y potente avión, vino primero a Iquitos como una forma de hacer propaganda. Los publicistas hicieron todo lo posible por vender el producto con fiestas, parrilladas y demostraciones de las bondades terrestres y aéreas de esa unidad motorizada. A veces familias enteras eran invitadas a recorrer las calles de Iquitos y a cruzar el Amazonas. Era todo un espectáculo ese auto novedoso, pero el negocio iba de mal en peor.

En realidad, el Aero móvil 3.0 costaba una millonada y nadie en esa ciudad podía humanamente adquirir semejante vehículo. Los dueños de la empresa que habían construido ese portento se empecinaron en vender siquiera un auto en Iquitos para lo cual rebajaron el precio, ofrecieron gangas de pago, promovieron el trueque, pero no hubo comprador posible. Era demasiado dinero en un medio tan pobre. De esa manera el famoso auto, el auto del futuro no muy lejano, fue subastado en una ceremonia pública. Pero ningún postor se atrevió a hacer su propuesta y el sofisticado auto quedó varado. Los dueños se declararon en quiebra poco después y se dedicaron a la política. Nadie se acordó después del afamado auto volador que tiempo después acabó como trasto en la plaza 28 de Julio.