Cuando el flamante Congreso embistió contra el voto golondrino, ese voto flotante, ese voto imprevisto, ese voto dirimente. que tantas veces cambió la historia de las elecciones, hubo una sentida protesta gracias a un colectivo que no quería admitir los hechos. Ese colectivo era numeroso y basaba su accionar sosteniendo que los peruanos de ambos sexos eran golondrinos por naturaleza pues viajaban de un lugar a otro, sobre todo en los feriados largos.
Para dar mayor realce a la protesta salieron varios personas disfrazadas de golondrinos, recitando los versos pasajeros o viajeros de Gustavo Adolfo Bécquer. Algunos, sin dejar de recitar, se ponían en las plazas como esperando a las golondrinas que amenazaban con regresar. Luego hubo jornadas de defensa de esas aves migratorias que deberían tener palomares para multiplicarse. Otros quisieron convertir a esas aves en pájaros tutelares Pero nada hizo que se devolviera la supremacía a dicho voto andante.
Los golondrinos dejaron de hacer bulla, pero no dejaron de trabajar por lo bajo para evitar el fin de ese tipo de voto. La labor fue de hormiga y en las elecciones del 2016 la sorpresa fue el triunfo de varios candidatos gracias a dichos votos. De esa manera y no de otra fue el triunfo de esa manera de votar en el Perú. La legislación electoral peruana ahora promueve el mayoritario voto golondrino. Los candidatos, en sus campañas, se dirigen al votante golondrino antes que al votante normal y el voto cuesta ahora. Cada persona que vota recibe a cambio 100 soles. El pago es puntual y en el acto en el momento en que vota el elector. Así las elecciones se han convertido en todo un negocio y hay familias que hacen su racha debido a la cantidad de gente con que cuentan. Los candidatos no están conformes, pues no saben si después de cobrar los votantes votan por ellos.