Cuando era pequeño mi padre planificaba salidas fuera de la ciudad los fines de semana, la cabra siempre tira al monte. Seguramente con el afán de distraernos con la vida en el campo. Con lo rural. Con la vida silvestre. En ese entonces íbamos entre muchos lugares al barrio Florido, allí vivía el tío Celso, hermano de mi padre. El viaje “en colectivo” desde Isla Grande hasta allá duraba unas horas, hoy se hace en menos tiempo. Para faunos urbanitas la ida para visitar a mi tío era entrar a un espacio de libertad infinito. Cerca de su casa había un inmenso lago donde jugábamos en las canoas a lo largo y ancho de esa cocha. También antes del juego elucubrábamos sobre las posibles boas y otros dioses del monte y del agua que podíamos encontrarnos. La niñez es atrevida e ignorábamos esas historias. Hala a disfrutar sin más. Mi tío tenía una bodega y disfrutábamos en la venta de los productos, se ponía a prueba los conocimientos de matemáticas. Éramos felices durmiendo en los mosquiteros rodeados de selva y de historias. Celso me contó que fue testigo presencial del barco fantasma en plena navegación por la selva, eso encandiló más mi mundo infantil. El barrio Florido era nuestro pequeño Macondo. Mi tío era un lobo de río, le recuerdo siempre con sus cabellos encanecidos, de hablar pausado, en su CV tenía colgado el título de boxeador, claro, cuando era joven. Este Odiseo fluvial luego de sus viajes acoderaba su navío las orillas de su casa, me imaginaba a la lancha como un guerrero agotado que descansaba antes de la batalla. Pero esta ilusión no era óbice para recorrer la eslora y la manga, de proa a popa, fisgonear el cuarto de mando del capitán – el timón era grande y se resistía a nuestras fuerzas, hurgar la bodega de la nave. Era el paraíso infantil. Mi tío trabajaba llevando carga a los distintos confines de la floresta. Eran viajes largos que desbordaban toda planificación, un alemán o suizo cuadriculado se hubiera vuelto majareta. El viaje de un mes podría ser dos o más. Le acosaban los percances pero siempre persistía. No daba su brazo a torcer. La persistencia es lo que nos queda a los pobres. Era un día frío de febrero, muy temprano mi hermano por el watsap me daba la noticia que mi tío había fallecido. Llevaba meses en salud muy precaria. Que en paz descanse este nauta de los tiempos.