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Un grupo de periodistas, reporteros, comunicadores sociales llegamos el fin de semana hasta la base 41 del Cuerpo General de Bomberos Voluntarios del Perú para ser parte, al menos por dos días, de la experiencia de ser bombero en el Perú y sobre todo en Iquitos.

Particularmente tengo un gran respeto hacia los hombres de rojo. Detesto aquella frase miserable que señala “pa’ cojudos los bomberos”. Los bomberos son de alguna forma las mejores personas que existen en este mundo terrenal, capaces de dar todo a cambio de nada.

Claramente tienen un verdadero corazón, rojo, como el uniforme que visten, de mucha importancia para salir hacia la muerte y luchar contra ella, uniforme que aunque desgastado sirve para protegerse del calor que puede matar.

En todo caso, mata más la indiferencia que tenemos hacia ellos, mata más el creer que ser bombero es una de las últimas opciones que tiene las personas que no saben qué hacer con su vida.

Ser bombero es amar la vida humana, amar al prójimo. Para ellos no hay escala social, salvan al pobre y salvan al rico.

Muchas veces como reportero he llegado casi junto a los bomberos a los incendios, la mayoría de veces he sentido impotencia de patear a alguien cuando lo único que hace es juzgar al hombre de rojo que llega al desastre. Lo llaman inútil, tardón, le recuerdan a su madre.  A los bomberos los escupen, les rompen la nariz, los denuncian, solo por hacer el trabajo de salvar vidas. 

¿Por qué somos tan ingratos? 

Muchos de los bomberos no viven en el cuartel, tiene trabajos comunes y corrientes como nosotros, tienen familia e hijos. Cuando hay un siniestro ellos salen para salvarte la vida sin saber si regresarán nuevamente a ver a su familia.

Ser bombero es difícil.

Vestir el uniforme de los bomberos es todo un honor, en principio al tocar el mismo; me pregunté cuántas historias había tenido aquel traje, si es que salvó vidas, cuántos incendios apagó. Todo eso pasaba por mi mente en los sesenta segundos que tengo para ponerme completamente el traje.

Caminar con las botas que pesan mucho es bastante difícil, sumado a eso el traje principal, luego el tanque de oxígeno, y, para finalizar, tomar la manguera con el agua que sale a presión. Toda una osadía.

Un grupo de catorce periodistas recibimos clases básicas de primeros auxilios y de cómo actuar ante un incendio, conocimos algunas claves y técnicas para rescatar personas. 

Llegamos hasta la plaza 28 de Julio y el panorama es grave. Dos mototaxis chocados y tres personas inconscientes, uno de los vehículos arde y amenaza con explotar, los periodistas que actuábamos de bomberos simplemente no llegamos ni a la mitad. Bastó eso para entender que la preparación no solo es física, sino mental.

Deberíamos ser menos ignorantes y respetar a los bomberos, admirarlos y sobre todo ayudarlos, porque ellos no están obligados a salvarnos, sin embargo su vocación llena de amor y pasión hace que siempre estén dispuestos a ayudar. 

El bombero es un verdadero servidor público, no trabajador del estado, no es remunerado, por eso es voluntario y el hecho de ser voluntario ya significa mucho. 

Gracias a las compañías del Cuerpo General de Bomberos Voluntarios del Perú en Iquitos, por aceptarnos dos días de convivencia en las bases, por compartir lo poco que tienen, que ya es mucho en realidad, con el café con leche y pan con jamonada en la cena, por la canchita que llevo Carlos Vargas, por las experiencias y anécdotas, por reconocer viejos rostros que alguna vez no vimos en algún siniestro.

Y sobre todo gracias por salvarme la vida. Los que estuvieron ahí sabrán a lo que me refiero.

Bravo Bombero Voluntario. 

Darwin Arévalo