En sus viajes por los antros del mundo, este columnista ancló cierta vez en la desembocadura del Río Amarillo. Justo en el momento en que los moscas líderes chinos arrojaban, ceremoniosamente, la suma de 7 millones de peces higiénicos, limpiadores y bajapoliciácos. Es decir, peces que se encargarían de acabar con las latas, botellas y cuanta porquería fue acumulada en ese grandioso río asiático. Esos ejemplares son apenas una parte de los otros tantos peces que se vienen, porque dichos líderes están seguros de que así se redimirán. Esa campaña, de alguna manera, nos hace recordar a los gallinazos volantes que hasta ahora no pueden limpiar las calles de las ciudades selvícolas.
La contaminada red de ríos del mundo actual podría entonces ser limpiado por cualquier animal de cuatro patas y una trompa, mientras los grandes inversionistas se encargan de ensuciar esos ríos. El mundo de hoy parece víctima de una neurosis colectiva, donde unos quieren limpiar y otros se encargan de ensuciar las cosas al mismo tiempo. Ello es de todas maneras un callejón sin salida. A estas alturas del partido los iquitenses, raza muy bien dotada por todo tipo de pendejadas y pendencias, podría soltar saltones, paiches, tiburones, dragones y otras especies monumentales para la limpieza oficial del sucio y contaminado lago Morona.
Pero si no se puede agarrar tantos peces grandes, podríamos iniciar la proeza de criar gallinazos amaestrados para que todos los días, bajando desde los altos cielos, se concentren solamente en el citado lago para que a picotazo limpio acaben con tanta cochinada desparramada a través de los años. Esa justa jornada sería entonces apoyada con escobas en mano por los candidatos pasados y pesados que prometían limpiar la ciudad. Todo ello mientras algunos se encargarían por el otro lado de seguir ensuciando el dichoso lago.