En una impresionante pesquisa diurna y nocturna, que no se detuvo ni durante el feriado largo o el santo de la suegra, el señor Charles Zevallos encontró por fin   las 500 bolsas de cemento que se perdieron cierta vez antes de arribar al lugar conocido como Munich, sitio que nada tiene que ver con la ciudad alemana donde corre a raudales la cerveza. En la conferencia de prensa de rigor el flamante candidato por el motor del desarrollo y el progreso mostró, triunfalmente, las 500 bolsas. El asombro general fue la respuesta más primitiva de los asistentes a ese acto público.

Es que las 500 bolsas estaban vacías sin un solo gramo de cemento. Lo más extraño es que por ningún lado se podía notar los agujeros o las aberturas por donde se escapó esa elemento de construcción. Algo extraño había sucedido. Y el candidato Zevallos se propuso encontrar el cemento extraviado. Era muy importante para él agenciarse de ese recurso para construir las pistas prometidas que no pudo construir por razones conocidos. Era el instante de reinventarse como político.

Entonces, ni corto ni perezoso, sin aceptar ayuda de nadie, fue y vino por varios lugares cercanos a la ciudad, escaló y descendió por colinas y declives infaltables y navegó por los ríos que limitaban a Iquitos. Luego, sin fijarse en el calendario o el reloj, frecuentó páramos perdidos, arenales remotos, cabeceras de ríos todavía no descubiertos, cerros sin nadie, cascadas sin huellas humanas. El citado estaba tan poseído por encontrar el cemento que no hizo caso de mensajes por radio, de señales de humo que le enviaban sus angustiados partidarios. Y, sorprendentemente, no le importó el día central de las elecciones. Tampoco se fijó en el paso del tiempo y hasta ahora sigue buscando el cemento de marras en los países asiáticos, convencido más que nunca que en alguna parte tiene que estar ese material perdido.