[ESCRIBE: Percy Vílchez Vela pvela@proycontra.com.pe].
El humorista Samuel Clemens Langorns, más conocido en el mundo como Mark Twin, vivió con la ilusión de recorrer desde el origen hasta su desembocadura el siempre legendario Amazonas. Agotada la veta literaria del vasto y también legendario Mississippi, requería de otra grandeza fluvial no solo para saciar su incesante sed de viaje, su perpetuo hambre de aventura, sino para que de repente se desatara su inspiración de escritor. Nunca pudo ejecutar el mítico crucero a través del bosque y las aldeas, los pueblos, las ciudades y los seres imaginarios. En el presente, mientras el tantas veces nombrado sueño americano parece convertirse en una pesadilla, otros se ilusionan con el grande río para extraer ganancias, para pescar a río revuelto, pero algunos más bien imaginan lo contrario: en encontrar la redención. En esas condiciones de codicia y de esperanza, Tierra Nueva realizó un vertiginoso viaje al coloso del Norte haciendo lo de siempre: una campaña cultural.
Desde las alturas, desde el avión en marcha, la desvelada y sonora ciudad de Miami no confirma su leyenda de exagerado consumo, de extremada compra y venta. Porque parece flotar en el agua. Fundada al borde del Atlántico, por un cacique de donde sale el nombre actual, se nutre de un color dominante que recuerda al verde botella, combinado con otros colores de lagos o lagunas interiores. Esa visión desaparece cuando uno camina por sus calles. Entonces es la urbe conocida. En esa urbe hay pocos árboles. En el pueblo de Tallahassee abundan los altos pinos. Estos rodean la casa del poeta Juan Carlos Galeano, uno de los artífices del crucero cultural ejecutado por la editora provinciana del iletrado Perú. En esa apartada casa campestre uno de los espectáculos mayores fue la presencia de libros distribuidos en varios lugares. Y, Jaime Vásquez Valcárcel, y el que esto escribe arribaron con libros a esa morada. La fiesta había regresado. En otra parte, lejos de Iquitos. Desde el día siguiente se iniciaría una alucinante campaña de paneles, recitales, presentaciones de libros y otras cosas.
En la excelente novela El Siglo de las Luces, de Alejo Carpentier, hay una frase que dice: “Solo el caribe es gente”. Esas palabras, de una u otra manera, estuvieron presentes antes de que se iniciara el panel sobre Amazonía. En sus momentos iniciales, antes de que llegaran los forasteros, ambos lugares distantes fueron asiento y habitación de linajes caribeños. El mundo es tan pequeño, pequeño y también unido por más libros. En la visita previa al evento a la Universidad Estatal de Florida, descubrimos más libros. Libros en las oficinas de los profesores. La gente lee en horas de trabajo. Es la primera vez que realmente sentimos que estamos en el primer mundo. Nos encontramos en nuestra salsa, como quien dice. Porque, además, eso de la crisis del libro es una verdadera tontería. Y no es ufano citar a Alvar Núnes Cabeza de Vaca que en el libro Naugrafios escribió sobre los hechos que le sucedieron a él y sus acompañantes en Florida. Tampoco sobra Garcilaso de la Vega que redactó después La Florida del Inca, donde se inició como ensayista nuestro primer mestizo.
En ese laberinto de obras y de recuerdos sobre libros se realizó entonces un evento sobre la Amazonía que no repitió la vieja y obsoleta división en fronteras nacionales, que reivindicó un vasto territorio que tiene más semejanzas que diferencias y que merece llamarse continente. Continente de bosques y de aguas, nutrido desde antes y hasta siempre por el paso del Amazonas. El moderador del mismo fue el poeta Juan Carlos Galeano. La edición de libros en la perdida región boscosa, fue el tema del periodista y editor Jaime Vásquez Valcárcel. El término Modernidad Alternativa es todavía desconocido, apenas citado en alguna parte. Lo registró el antropólogo Michael Unzendoski como una manera de nombrar la otra realidad, la otra visión, que se opone a la Modernidad oficial comandada por los ideólogos de los países ricos, o supuestamente ricos, que pretenden imponer al mundo una única visión. En esa ocasión el citado habló sobre las riquezas amazónicas no visibles, sobre la importancia del imaginario selvático.
El autor de esta crónica mencionó a los cantos chamánicos, los ícaros de las noches de visiones, como la fuente primera de su poesía escrita y la de otros poetas amazónicos. El argumento era de que todo poeta responde, en primer lugar, a su propia cultura, a su particular circunstancia. Esa es la semilla inicial que está presente en toda obra. Las herencias locales son fundamentales y esos cantos, así cualquier poeta de los verdores jamás los haya escuchado, influyen porque están en el torrente de las herencias. El todavía estudiante español Alberto López, que en el presente se ocupa de poetas españoles y portugueses en tiempos de crisis, en días de penuria, hizo un comentario sobre los amazónicos considerados en la reciente antología ¡Más aplausos para la lluvia!, escrita por Jeremy Larochelle que luego se iba a presentar en una de las universidades del estado de Virginia. En su discurso coincidió con el autor de la obra, que menciona la propuesta ecológica desde esa poética verde y fluvial como una respuesta a la crisis actual. El resto fueron las preguntas del auditorio.
Cuando en Estocolmo el insigne William Faulkner recibió el Premio Nobel, pronunció un encendido discurso que, entre otras joyas, lanzó una conmovedora frase como un desafío al destino: “Me niego a admitir el fin del hombre”. Esas palabras, que más parecen aullidos, son más actuales que nunca. El eco de ese grito de antes y de todavía apareció de pronto en el recinto universitario. Entre algunas interrogantes que escuché y hasta respondí, es la que más me acosa. Las otras preguntas, por supuesto, fueron también importantes. Y, acaso fueron respondidas cabalmente por los panelistas. La pregunta que está allí, ardiendo, insistiendo, fue hecha por un estudiante colombiano y no interrogaba sobre su casa, su país, sino sobre todos nosotros. El aludido preguntó si todavía había tiempo para salvarnos de la catástrofe universal.