Era domingo. Me acuerdo perfectamente. Todos con Belaunde, viva Acción Popular. Yo, por supuesto, tenia 34 años menos. En meses anteriores había asistido -cogido de la mano- al mitin mas apoteósico que se haya celebrado en la Plaza 28 de julio y donde el arquitecto pronuncio uno de sus mejores discursos. Era el reingreso triunfante de quien -doce años antes- había sido botado con las botas de la dictadura de Palacio de Gobierno en calzoncillos, según contaban los biógrafos mas moderados.
Esa era la democracia para quien estas lineas escribe. Multitud. Efervescencia. Cadenas humanas con brazos casi para romperse y manos atadas a otras que no tenían otro denominador común que la ilusión del retorno a la democracia, aunque nadie sabia con que se come eso. En esa oportunidad ingresaron cinco diputados acciopopulistas que, a decir verdad, no sabían ni leer ni escribir y todos terminaron poniendo colegios, distribuidores, consorcios y otros negocios (in)compatibles con el cargo. Era la reinauguracion de la democracia. Los partidos habían cedido a las pretensiones de los grupos militares y con un poquito de libertad se dedicaron a hacer lo que mejor sabían.
En el Parlamento un tipo de apellido Rivera fue acusado de ser financiado por marcos que operaban en San Martin, zona donde fue elegido. En otro escaño un tipo del Partido Popular Cristiano acababa de juramentar al cargo y ya renunciaba a su curul porque, vaya vaya, no se sentia cómodo en su bancada. En la Cámara de Diputados, entre los acciopopulistas y sus aliados del PPC, había un pacto para que gobiernen los populistas y en ambas cámaras prevalecía los llamados lechuzones con su líder Javier Alva Orlandini, que eran combatidos por los ulloistas que tenían en el ministro de Economía, Elias Ulloa, el mas poderoso representante. En Iquitos, como no, había de las dos facciones: alvistas y ulloistas. Se peleaban hasta el control del local que tenían en la calle 9 de diciembre. Y eran peleas bravas. Yo estuve en varias de ellas y, en verdad, ambos bandos y bandas defendían sus posiciones con todo lo que tenían en mano y bolsillos.
Treintaicuatro años después no vayan a creer que recuerdo este 18 de mayo porque añoro esas actividades partidarias o porque la nostalgia invade algún rincón militante. Nada de eso. Me mueve el recuerdo porque un domingo como el de ayer mi hermana Lula, hace 34 años, cumplía años y no podía celebrarlo porque regia la ley seca.