En el ágora por estos tiempos, casi oscuros, triunfa el discurso fuera de lo políticamente correcto. Por ejemplo, denostar contra las personas que emigran de un lado a otro del mundo o contra los indígenas, las mujeres o los negros. El presidente de Estados Unidos de América se despacha casi todos los días contra los inmigrantes, sí son latinos con más ganas, olvidándose que él es producto de una ola migratoria a América del Norte. O comentarios machistas sobre las mujeres, lo peor es que tiene una audiencia que le ríen las tonterías que dicen. El ministro del Interior de Italia es otro en la misma dirección segregacionista y xenófoba. Aquí en el sur de Europa, España, el candidato del partido conservador dice lo mucho que le debemos los americanos por descubrirnos, como muchos de sus paisanos tiene el pensamiento colonizador. Como para decir cómo está el patio en esta parte del mundo. Hace poco en Perú hubo elecciones para los gobiernos locales y regionales, uno de los candidatos para la alcaldía de Lima no tuvo freno y vergüenza para ir contra la inmigración venezolana en las tierras de Manco Capac. Una población en situación de indefensión y que huye de un mal gobierno, uno se pregunta ¿como una persona puede razonar así? Ni siquiera tiene una pizca de empatía con el sufrimiento ajeno. Pero esta falta de empatía se está volviendo pan del día, y gana, por goleada, es el relato más egoísta, el de lo mío de mí. En el hemisferio norte la derecha extrema se ha envalentonado y está ocupando día a día la palestra con un discurso ríspido y deshuesado en desmedro de la convivencia. La izquierda con todos sus grises se ha quedado sin palabra. No se mueve. La actual escalada de fascismo social es consecuencia de los partidos de derechas y de izquierdas que no han dado solución de calado y práctico a los problemas de las sociedades. Mientras tanto, a río revuelto ganancia de pescadores, ganó Bolsonaro en Brasil.

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