Pelota de trapo

Luego del periplo habanero y unos días perturbantes había que regresar a Iquitos, la tierra del Dios del amor. Bastante separación con los míos tenía que detenerse. Carlos Maurilio, mi hijo de once años, está en los ajetreos del deporte. Esa semana el colegio donde estudia jugaba el torneo de futsal y disputaría partidos decisivos. Con su timidez infantil me pidió que vaya a ver la final del viernes y le contesté que no sólo iría a la final sino al partido anterior. Y vaya que fue una reconfortante y añorante decisión.

Colfap jugaba contra República de Venezuela en el coliseo cerrado de Iquitos una media mañana semisoleada. El quinteto del colegio militar tenía entre sus titulares a Carlos Maurilio. Iba más de medio partido y perdían cuatro a cero. La eliminación estaba, se creía, asegurada. En un par de minutos un niño metía dos goles al arco rival y el entusiasmo regresó. Ese niño era Carlos Maurilio. Pocos minutos después dos niños más anotaban igual número de goles que obligaba a ir al tiro de penales. En los penales ganó Colfap y pasaba a la final al día siguiente. No está demás decir que los goles de Carlos Maurilio marcaron el inicio de la recuperación. Mientras filmaba el partido y veía los goles regresaron a mi mente varias escenas.

Una de ellas fue la tremenda goleada –que muchos aún recuerdan- que nos propinó las divisiones inferiores de Alianza Lima allá por los últimos años de la década del 70 en ese mismo escenario. 9 a 1 fue el resultado final. El único gol de “los seis diablos” lo marqué pero se entenderá que con ese resultado no había lugar a dudas. Otra fue la noche aquella en que disputamos el título de “Pelota de trapo” y ganamos el mismo. Anoté dos goles y todo el escenario fue apoteósico. Aún conservo las fotos con el coliseo lleno y las miradas sorprendidas de los presentes mientras un ya no tan joven Raúl Landa Capella me entrevistaba con la ayuda de un señor llamado Ricardo Manzanares Rodríguez, de quienes años después me haría colega. Algunos detalles de lo vivido he compartido con los míos en estos días previos a otra ausencia de Iquitos y es increíble que más de tres décadas después en el mismo escenario disfrute los goles de un niño de once años, tal como sin duda disfrutó mi padre con los goles que metí, aunque sea en goleadas adversas.