El día central de las elecciones generales del 2016 amaneció lloviendo torrencialmente. Parecía entonces una de esas lluvias tropicales que se desplomaban de improviso y que de improviso se iban.  Los más optimistas esperaban que pasara la lluvia para que pudieran ir a votar. Pero la tempestad siguió de largo. Lo peor para la justa electoral no fue esa lluvia, sino la brutal inundación que se produjo en ese Iquitos descuartizado por la mala obra del alcantarillado. La ciudad entera se sumergió en una creciente que hizo flotar las cosas e impidió que las personas de ambos sexos fueron a votar. En vano algunos intentaron nadar hasta arribar a su lugar de votación. Otros porfiaron por alquilar canoas para navegar hasta los locales de elección. Pero se encontraron con que ningún miembro de mesa había podido llegar a tiempo para abrir la votación.

De manera que en Iquitos no se llevó a cabo la elección. Los mismos candidatos no pudieron salir de sus casas a votar por ellos mismos y se resignaron a perder los votos de esa ciudad, lo cual significó una derrota compartida. En vano esos candidatos buscaron otra oportunidad para la votación, pero nada se pudo hacer porque la inundación no se marchó después de la lluvia. La creciente siguió de largo y la ciudad se sumergió entre las aguas. Desde entonces se hizo todo lo posible por hacer que esas aguas desaparecieran, pero nada se consiguió.  Y esa urbe tuvo que acostumbrarse a vivir en esas extrañas condiciones fluviales. Durante muchos años no se pudo realizar elecciones en Iquitos.

En el presente,  las campañas electorales se realizan con el agua hasta el cuello. Los candidatos nadan de un lugar a otro haciendo sus ofertas, buzan, hacen piruetas en el agua o alquilan embarcaciones ligeras para repartir sus afiches y sus propuestas. El elector, desde su casa, vota electrónicamente.