El día central de las elecciones generales del 2016 ocurrieron una serie de hechos extraños. El Jurado Nacional de Elecciones, por ejemplo, determinó las tachas para algunos candidatos y permitió que otros continuaran en la contienda pese a que habían cometido los mismos delitos. Luego admitió otras tachas contra postulantes que habían metido la pata a última hora, según sus acusadores. Nadie entonces sabía a ciencia cierta qué hacer y cuántos eran los candidatos. De manera que votaron a ciegas, confiando en la buena suerte y esperando que al final las cosas se aclararan. Pero todo permaneció entre las tinieblas.

Un momento grave ocurrió cuando varios candidatos renunciaran poco antes del inicio de la votación. Entre ellos figuraba el señor Alejandro Toledo que se cansó de su baja aceptación en las encuestas y decidió esperar el último momento para irse con sus cosas a otra parte. Luego renunció otro candidato que no tenía ninguna opción y los votantes se quedaron sin casi nadie por quien votar. Y votaron a ciegas como vengándose de esa accidentada contienda donde nada estaba seguro.

Luego los resultados oficiales no se pudieron dar debido a que había muchas tachas en juego. El Jurado Nacional de Elecciones sacó de la carrera de las ánforas a varios de los candidatos y, al final, no quedó nadie en pie y los votos se emitieron por las puras. Entonces se convocó a nuevas elecciones pero volvieron las tachas a acabar con los postulantes al poder. De manera que se tuvo que suspender todo tipo de elección en un país donde cada quien esperaba la oportunidad de traer abajo al otro. En el presente, la elección es cosa del pasado. Y las nuevas autoridades son elegidas en tómbolas públicas gracias a un movedizo cuy que se mete de pronto en los cubículos previamente puestos.