Las partidas siempre son dolorosas. Más cuando son personas cómplices que te han acompañado una parte del camino. Con ellas has hablado, reído, discutido, gozado de los silencios que es una manera de hablar también -la palabra se macera. Recuerdo que compré uno de sus libros en la librería de “El compañerito”, una persona muy entusiasta, siempre me pareció un Quijote en ese lado de la floresta, sus molinos fueron poner una librería e incentivar, de alguna manera, a la lectura. Creo que pocos lo comprendieron. En mis vacaciones universitarias ya sea por las mañanas o las tardes pasaba para ver libros. Siempre me encontraba con gratas sorpresas y una de ellas fue un libro de Gunter Grass. Sí, ese señor que parecía ensimismado en sus pensamientos, como si los rumiara. De pelo casharo, según algunas fotos. Recuerdo que una tarde caminaba por el centro de Madrid y me topé con una persona parecida a él, con su pipa en la mano y de mirar taciturno. Me dije, es Grass. Me quedé con la duda y patidifuso. Días después leía en una crónica que para el libro “Pelando la cebolla” él estuvo por los madriles. Me quedaré siempre con la duda si fue él o no. En mis años verdes y lilas se cruzó en mi camino Eduardo Galeano. Me leí “Las venas abiertas de América Latina”, era una narrativa diferente para escamotear la historia. Pero el libro que más me encantó fue “Memoria del fuego”, sobre todo que una de las primeras historias recopiladas o contadas fue la de un mito amazónico. Eso me deslumbró. La floresta no era tan residual como muchos piensan. En este mes de abril y casi al mismo tiempo estos patas se fueron. Los amigos de ruta se van o como diría mi padre, nos toman la delantera. Una pena por ellos. Es mejor despedirse de la manera más surrealista como se despidió Luis Buñuel antes de expirar, “ya me muero”. Y se fue.

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