¿Y la ejemplaridad pública?

Cuesta creer que por estos días no haya personas ejemplares para ocupar puestos en el Tribunal Constitucional [TC] y la Defensoría del Pueblo [DDP] ¿No los hay? Más aún por estos tiempos donde la discusión se ha politizado en extremo y se cuestiona todo, no se deja títere con cabeza ¿Será quizás los estertores que nos dejó el corrupto fujimorismo en que se desconfiaba de todos y todas?, ¿será la desazón ciudadana frente a la política que observamos todos los días? Es una mezcla de todo, un cóctel explosivo que no beneficia al interés general. Más cuando los ex presidentes de la República de los últimos años han sido poco ejemplares, me refiero a Alejandro Toledo y García Pérez y apuestan, que dolor de muelas, por ser candidatos otra vez. Es un río revuelto indescifrable donde todos quieren sacar provecho y llevar agua para su molino. Y mientras tanto la ciudadanía observa con indignación y repugnancia el bochornoso espectáculo que nos prodigan los políticos y las políticas en la escena pública. Por ejemplo, en el cargo de la DDP el candidato o la candidata no solo deberían cumplir con la ley como insinúan políticos de medio pelo, sino que debe ser un ciudadano o ciudadana ejemplar si no que no se presente al cargo. Porque un puesto o función como Defensor o Defensora del Pueblo debería, en lo posible, recaer en una persona intachable, que no ronde ninguna sospecha ni mancha de aceite sobre él o ella porque el instrumento con que lidiaría sería la autorictas [la autoridad moral] a través de la persuasión de sus opiniones o actuaciones ¿Quién haría caso a un Defensor o Defensora con rabo de paja del tamaño de una larga anaconda? La autorictas se gana a pulso, en sus actuaciones cotidianas de cara a los problemas de la ciudadanía y del interés del país. En algunos países para ocupar un cargo público se pone un aviso en el periódico para aquellos interesados o interesadas, y curiosamente, se presentan los y las más adecuadas [y muy pocos] porque servir al país es una cuestión delicada, delicadísima. Recordemos que la función pública no es para lucrarse del puesto, salvo mejor opinión.

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