Luis Boullosa Chávez y su fierro
Luis Boullosa Chávez y su fierro
Luis Boullosa Chávez y su fierro
Luis Boullosa Chávez y su fierro

Por Gustavo Gorriti.-(*)

Este artículo fue publicado el 24 de marzo de 2011 luego de unos días de reportaje intenso en el VRAE. Eran tiempos azarosos para las Fuerzas Armadas, en los que hubo duros contrastes y donde nada era tan arriesgado como pilotear los helicópteros Mi-17, blanco primordial de los ataques senderistas. Quise relatar lo que significaba ser un piloto de helicóptero en esas circunstancias y no encontré mejor representación de ello que el entonces comandante EP Luis Boullosa. La nota que sigue relata los hechos de arrojo y valor que hicieron del siempre sonriente “Mono” Boullosa una figura legendaria en el VRAE.

Ayer supe de su muerte, junto con la del teniente EP Mayco Quispe Rudas, en un accidente de vuelo de instrucción en helicóptero, en Moquegua.

Resulta difícil aceptar que un piloto capaz de exprimir hasta la última gota de maniobrabilidad a un Mi-17 en situaciones de combate y de mantener el vuelo de aeronaves acribilladas a balazos, haya muerto en un accidente de instrucción. Ojalá que las investigaciones sobre el accidente puedan explicar cómo ello pudo suceder.

Entre tanto, quiero despedir ahora al piloto sereno, diestro y valiente que arriesgó su vida incontables veces por salvar las de otros, a quien la muerte respetó en el peligro extremo de los combates para cobrarle sin aviso la deuda en los días de paz.

Villa Virgen, sur del VRAE.- Para la mayor parte del país el VRAE es una palabra de siglas con bronco sonido que evoca dramas vagos y lejanos con temas de coca, Sendero y, por supuesto, sangre; el tipo de drama que emociona mejor si se lo olvida rápido, con un poco de culpa pero con más alivio.

El VRAE, sin embargo, no se deja olvidar. La guerra sorda que se libra en las montañas boscosas, los riscos de maleza enmarañada, los pueblos de la sierra que estriban la selva, emerge con cierta frecuencia a través de la noticia escueta de los comunicados de bajas, muertos o heridos, en lugares lejanos para la mayoría pero muy cercanos, intensamente cargados de emoción, para otros.

Como, por ejemplo, para el comandante EP Luis Boullosa Chávez. Boullosa es un veterano piloto militar del helicóptero Mi-17, el percherón aéreo del VRAE, vital para la campaña de las fuerzas de seguridad, que abastece las bases militares alejadas, releva o inserta patrullas, evacúa heridos, acorta imposibles distancias en tierra a breves minutos en aire.

Por eso, no hay presa militar más importante para Sendero que el helicóptero, específicamente el Mi-17. Desde la emboscada de Anapati, durante el fujimorato, hasta el trágico combate de Sinaycocha, los helicópteros abatidos por Sendero no solo han significado una victoria psicológica para éste, sino una fuente muy importante de armamento (especialmente las ametralladoras PKT) que luego es utilizado en contra de las fuerzas de seguridad, especialmente en contra de su blanco prioritario: los helicópteros Mi-17.

La experiencia ha enseñado a los pilotos de helicóptero en el VRAE que su puesto es uno de los más peligrosos en la guerra contra Sendero, quizá el que más. Igual que sus colegas, eso ya lo sabía Boullosa antes de ser herido por primera vez.

Boullosa, que entonces tenía el grado de mayor del Ejército, actuó desde el comienzo de la ofensiva de las Fuerzas Armadas, en la segunda mitad de 2008, que llevó a la conquista de los reductos senderistas de Vizcatán y Bidón.

Las acciones durante esos días fueron muy intensas; una multitud de combates de unidades pequeñas, librados entre el río y la espesura, en los que las fuerzas de seguridad contaban con superioridad de fuego, pero con poco conocimiento práctico del terreno.

El 15 de septiembre de 2008, el helicóptero Mi-17 EP 604 piloteado por Boullosa estuvo en vuelos continuos de rescate durante un día pleno en escaramuzas y, consecuentemente, en bajas.

Hacia la última hora de la tarde, Boullosa despegó de Pichari para recoger unos cadáveres en Vizcatán. Cerca de las seis aterrizó en el precario helipuerto del entonces recién conquistado reducto senderista. Abrió la ventana de la cabina para recoger el parte de patrulla del jefe de ésta, cuando el primer balazo destrozó parte de la ventana y la reventó en esquirlas que le hirieron la cara e hirieron también al ingeniero de vuelo. La segunda bala penetró por el medio, le rasgó la manga del mameluco a la altura del antebrazo. El tercero le cayó en el pecho, le rompió la pistola, se estrelló en el chaleco antibalas, y las esquirlas le hirieron ambas piernas.

Apenas sintió que empezaba el ataque, Boullosa arrancó un despegue de emergencia. Mientras iniciaba el ascenso, más de 30 balas de PKT traspasaron el helicóptero. El motor, el generador, el tanque de combustible, el rotor, fueron impactados. Así y todo, el helicóptero 604 logró despegar e iniciar un incierto vuelo de retorno.

Con la nave humeando y Boullosa herido luchando por mantener el control, éste hizo un aterrizaje de emergencia en Canayre. Ahí decidió que podía intentar seguir hasta Pichari, volando sobre el río, para poder aterrizar o caer en la ribera si fuera indispensable. Pudo llegar a Pichari, con las compuertas traseras abiertas, “flapeando en el aire” y desplomó al helicóptero en el helipuerto del cuartel. Ahí se rompió un ligamento cruzado y los meniscos de la misma pierna.

Meses después, luego de operaciones y de una larga rehabilitación, Boullosa volvió a volar “con el mismo fierro”, el 604, que, igual que su piloto, había sido reparado y aprestado.

El 14 de noviembre de 2010, en el inicio de las operaciones de Cerro Bola (ver: “La batalla de Cerro Bola”), Boullosa recibió la misión de extraer una patrulla que se encontraba en situación desfavorable en una ladera en Mapituriniari. Piloteando esta vez “el fierro 610”, Boullosa bajó para sacar a la patrulla, mientras otro helicóptero le hacía sombra.

Ahí recibió solo dos balazos de ametralladora PKT. Pero casi fueron decisivos. Uno perforó e inutilizó un motor y el otro le dio al rotor de cola. El segundo helicóptero también fue impactado y quedó con un motor inoperativo.

Ambos helicópteros Mi-17 hicieron un vuelo de emergencia hasta Chichireni, cada uno con un motor inutilizado. En Chichireni les hicieron una reparación básica que les permitió llevar los helicópteros hasta Satipo.

Este lunes 21, junto con un grupo pequeño de periodistas y otro mayor de generales que acompañaban al jefe del Comando Conjunto, general EP Luis Howell, volamos a Vizcatán en el helicóptero piloteado por el comandante Boullosa. Una vez en la base, Howell quiso bajar hasta el Puesto 2, entre los ríos Mantaro y Vizcatán. Ahí desde el fondo del valle sobre el que se yergue de un lado Vizcatán y del otro el cerro Judas, con cerros cubiertos de vegetación espesa, resultaba evidente lo fácil que es emboscar para quien sabe desplazarse en el monte. Y lo relativamente fácil que es atacar a los recios, fuertes y confiables, pero lentos helicópteros Mi-17.

En las dos o tres horas que estuvimos ahí, los helicópteros llegaron varias veces a las tres bases que se apoyan de un cerro al otro: Vizcatán, Cerro Judas y Tincuya. Cada aterrizaje y cada despegue eran el momento de riesgo mayor y muy real.

“Lo más peligroso es evacuar a un herido. Casi fijo que te atacan”, dice uno de los miembros de la tripulación de Boullosa. Porque se sabe que vendrá el helicóptero y porque tendrá que permanecer más tiempo posado en el suelo. Sin embargo, todos han estado y están dispuestos a evacuar heridos cuantas veces sea necesario.

¿Por qué Boullosa y varios otros pilotos persisten en enfrentar el peligro de muerte misión tras misión? Para los senderistas, el helicóptero es el “pato” y su objetivo militar preferente es hacer un “arroz con pato”. Si los pilotos persisten no es por falta de alternativas. La demanda por pilotos de helicóptero en el mercado civil ha crecido mucho y los sueldos son buenos. De hecho, más de la mitad de los promocionales de los pilotos del Ejército pasó al retiro para trabajar en empresas privadas.

¿Por qué arrostran una y otra vez el peligro los que se quedan? Se lo pregunté y las respuestas fueron diversas, pero tuvieron un denominador común: hay valores por los que vale la pena arriesgar la vida. El patriotismo es uno de ellos, la lealtad a los camaradas de armas, es otro; y también uno habló de defender el derecho de sus hijos a vivir en una sociedad libre.

Declaraciones que en otros sonarían a grandilocuencia aquí se rubrican una y otra vez con la voluntad y el pulso de quienes llevan a sus “fierros” hacia el peligro para sí mismos pero la salvación para los demás. Como escribió Borges: “si hay algo de lo que un hombre jamás se arrepiente / es de haber sido valiente”.

(*) Publicado en la columna ‘Las palabras’ el 24 de marzo de 2011.