Y esta tarde -cuando las imágenes de períodos de mi vida llegan a mi memoria en este ejercicio semanal por compartir con ustedes algunas experiencias- al conversar con Rubén Meza sobre su formación periodística -que también fue realizada en Quito, Ecuador- me ha venido como un film las mañanas didácticas, las tertulias fantásticas y los trabajos grupales que combinábamos con diversiones alucinantes con esos doce compañeros latinoamericanos
Los primeros meses de mi formación post universitaria lo pasé en una pasantía en CIESPAL, Quito, Ecuador, donde aprendí que los latinoamericanos tenemos más cosas que nos unen que las que nos diferencian. Somos tan parecidos en diversión, música, deporte, historia y vagabundeo que el sueño bolivariano de unirnos como una gran Nación de Simón Bolívar no era una cuestión descabellada de ese pedacito de cuerpo que fue tan gigante como egocéntrico y cuya vida fue inmortalizada por ese otro inmortal llamado Gabriel García Márquez en “El general en su laberinto”. Lo dejo ahí, para no perdernos en el intento de repasar esa estancia de dos meses entre colegas de Bolivia, Venezuela, Colombia, Ecuador y Chile, los países andinos pues.
En Quito los operadores de radio, lo que hoy se llama DJ, eran licenciados. Es decir, egresaban de las facultades de Ciencias de la Comunicación y se especializaban en las consolas y editaban con cortes a las cintas. Todo un arte y una profesión. Y los que impartían el curso eran docentes llegados de igual número de países que enseñaban como jugando. El curso era únicamente para periodismo radial y producción de informativos. De ahí se me grabó en la cabeza aquello que “la improvisación se planifica” que luego fui asimilando y practicando. Pues la improvisación planificada es lo más cercano a la profesionalización del oficio, sobretodo en radio. Lo que en buena cuenta quiere decir que debemos prepararnos en la mayoría de campos posibles, sobretodo los que estamos en la radiodifusión, donde tanto ignorante terminal cree que se convierte en periodista tan solo por alquilar con la plata de otros espacios que en otras latitudes le estaría totalmente negada.
Entre los ratos de ocio, después del almuerzo, nos ingeniamos para elaborar un diccionario de palabras que en cada uno de los países tenía pronunciación similar pero significado totalmente distinto. Era divertido comprobar que lo que en uno era grosería en otro era galantería. Lo que en uno tenía una connotación gastronómica en otro tenía una astronómica.
Tanto ha pegado en mi esos meses ecuatorianos que aún hoy -veintidos años después- lo sigo evocando con Mónica y mis hijos cada vez que el oficio permite que estemos juntos. Y esta tarde -cuando las imágenes de períodos de mi vida llegan a mi memoria en este ejercicio semanal por compartir con ustedes algunas experiencias- al conversar con Rubén Meza sobre su formación periodística -que también fue realizada en Quito, Ecuador- me ha venido como un film las mañanas didácticas, las tertulias fantásticas y los trabajos grupales que combinábamos con diversiones alucinantes con esos doce compañeros latinoamericanos. Ellos, seguro, estarán saltando con la llegada de la paz a Colombia, gritando con el totalitarismo de Maduro en Venezuela, mirando de reojo las contrariedades de Bachelet, los subsidios gratificantes de Correa en Ecuador, la consistencia programática de Evo en Bolivia y los vaivenes ideológicos de PPK en Perú. Porque en nuestras diferencias está nuestra coincidencia. Así como en los países andinos como en nuestra propia región. El día que comprendamos eso, seguiremos con nuestras discrepancias pero sin caer en el insulto y seremos -como alguna vez lo soñó el que vivió como hacendado en Santa Marta- tan grandes como nuestra geografía. Por eso, decir viva Ecuador es decir viva Perú.