Un artículo escrito en 2009 por el historiador chileno Cristián Garay titulado “El atributo amazónico del Perú” nos permite conocer cuál es la perspectiva histórica que tiene la clase política e intelectual del país sureño respecto de la delimitación de las fronteras de Perú con Bolivia, Brasil, Colombia y Ecuador. Bajo la premisa de que las fronteras no están dadas por la historia, sino que se construyen, el autor cuestiona las tesis diplomáticas que hemos esgrimido desde que logramos nuestra independencia, según las cuales la República de Perú es la heredera territorial del ex Virreinato del Perú y, por lo tanto, los territorios de la provincia de Maynas, así como una parte del Acre y el Putumayo, entre otros, han pertenecido históricamente a nuestra nación.
En esa visión tergiversadora del atributo amazónico del Perú que exhibe la intelectualidad chilena, nuestro país no ha perdido territorio como hemos afirmado siempre los peruanos, -y sobre todo quienes vivimos en la amazonía-, al contrario, venimos a ser un país expansionista y conflictivo que valiéndonos de todos los medios posibles hemos incrementado nuestro patrimonio continental extendiendo, penetrando, influenciando y consolidando límites “en tierras que no habían sido exploradas ni sometidas a soberanía efectiva, y que estaban en una contienda con Bolivia, Brasil, Ecuador y Colombia”. En otras palabras, los peruanos somos los pleitistas de la cuadra, los chicos malos de Sudamérica, los bronqueros del barrio afanosos en desvalijar de sus propiedades a nuestros vecinos.
“Perú sólo aparece como un país efectivamente amazónico desde fines del siglo XIX y ligado a la expansión cauchera y a la posguerra del Pacífico”, afirma Garay. Ergo, por aquí nunca estuvieron los misioneros jesuitas que dependían de la Provincia Jesuítica de Perú, la más antigua de Latinoamérica; y no estuvo tampoco aquí Francisco de Requena que por encargo del Rey de España hizo un informe recomendando la reincorporación de Maynas al Virreinato del Perú, la que se materializó con la expedición de la Real Cédula de 1802. Más adelante, el historiador chileno agrega, que “siguiendo la política de los hechos consumados (fait accompli), Perú apoyó directamente a los colonos-empresarios que desde Iquitos se internaron en el “infierno verde” del Acre boliviano (y luego brasileño) y en el ‘trapecio’ de Leticia, que constituyeron la columna vertebral de los negocios y aspiraciones de la élite loretana. Ésta, verdadera constructora y sostenedora de la expansión peruana sobre el Amazonas, fue la contraparte de las elites de Manaos en Brasil y Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, que también disputaban el Amazonas”.
O sea, según esta forma tuerta de ver la historia, estas tierras no eran nuestras, podrían ser de cualquier nación, menos del Perú. Llama mucho la atención que uno de los autores citados por el historiador chileno para apalancar sus argumentos acerca del supuesto expansionismo peruano es Ovidio Lagos, un escritor argentino, autor del libro “Arana: Rey del Caucho” que últimamente aquí en Iquitos se ha convertido en un casi venerado referente de “los terrores y atrocidades del Putumayo” por parte de peruanos (loretanos) que -en la misma línea del historiador chileno- tienen una perspectiva falseada, plagada de verdades a medias respecto de la ocupación y posesión de la amazonía peruana y de los hechos ocurridos en el azaroso periodo del caucho. He sido uno de los pocos que ha navegado contra esa corriente facilona que considera que la verdad está en las novelas hechas a la medida y conveniencia de intereses británicos que tuvieron como propósito eliminar a la competencia peruana del caucho; de intereses norteamericanos cuyo objetivo fue compensar a Colombia por la pérdida de Panamá; y de intereses colombianos, en la medida en que los “escándalos” levantados por súbditos de la corona inglesa y por espías del Tío Sam, les sirvió para desprestigiar la posición soberana del Perú en el litigio de la década del 30.
Mal hacemos los que vivimos en la amazonía peruana, repitiendo hasta el cansancio y sin ningún rubor ni mayor investigación, en libros, artículos, conversatorios, presentaciones, muestras, exposiciones, lo que está relatado novelescamente en “Jaque al Barón” de Richard Collier (inglés) o en “La Vorágine” de Eustaquio Rivera (colombiano), sin profundizar un poco más en la historia, en otras versiones de los hechos que sí existen, sin revisar otros componentes que forman el cuerpo histórico del problema, enfocando las cosas desde una perspectiva falseada, y enseñando a los niños y jóvenes que los empresarios peruanos que reivindicaron para el Perú sus posesiones territoriales fueron los malos de la película, mientras que los buenos de esa misma película fueron los británicos (los que robaron el germoplasma del caucho y antes armaron a los chilenos para su guerra contra el Perú), los norteamericanos (que urdieron en la Liga de Naciones para que Perú se quedara solo en su disputa del trapecio amazónico), y claro, los colombianos que finalmente consiguieron su salida al Amazonas que ni el mismo Simón Bolívar (enemigo declarado de Perú después de la independencia) lo logró.
Pues bien, este 27 de enero, la Corte Internacional de Justicia de La Haya emitirá su fallo respecto de la denuncia que hizo Perú para definir el tema de los límites marítimos con Chile. Es el único tema pendiente que tenemos con los sureños, lo que nos obliga a tomar conciencia de que si el fallo es favorable a nuestro país, el Perú debe exigir la inmediata implementación del mismo. Es una oportunidad imperdible para motivar el espíritu de grandeza de la nación peruana heredera de las civilizaciones y culturas constituidas milenariamente en la costa, en el incario y en la amazonía. No vaya a ser que mientras aquí seguimos cantando romanzas a autores absolutamente reclinados sobre posiciones contrarias a la nuestra, los chilenos finalmente digan: las fronteras se construyen, no los dicta la historia. Y, entonces, pateen el tablero al igual que Colombia lo hizo con Nicaragua recientemente en el fallo de La Haya que les fue desfavorable.
Escrito por: Moisés Panduro Coral
la verdad los chilenos son unas basura
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