Leí alguna vez la historia de un crimen en el que se utilizó sucesivas e ínfimas porciones de vidrio molido bien encubiertamente mezclado con la comida que ingería la víctima. La víctima no sentía nada, sólo creía que estaba alimentándose bien, nutriéndose de lo mejor, satisfaciendo su hambre sin sospechar en lo más mínimo las intenciones siniestras de sus victimarios que le brindaban adulaciones y le presentaban los mejores platos aunque por dentro lo estaban matando sigilosamente.
El propósito de los victimarios era apropiarse de los bienes y del capital que el hombre había logrado acumular con su esfuerzo de muchos años. Taimadamente ganaron su confianza y le fueron conduciendo hacia el embudo funesto que acabó con su vida. Su agonía fue extensa, según relató el cronista del diario que hizo un reportaje sobre el crimen. Los médicos no pudieron detectar cuáles eran las causas del intenso dolor en el estómago que le hacía retorcerse a cualquier hora del día, lo que deterioró su apetito que a su vez trajo como efecto la pérdida progresiva de peso y una anemia indetenible, además de una paralización sufriente de sus extremidades.
La verdadera causa del tormento y de la cruel agonía del pobre hombre, se conoció cuando se hizo la autopsia. Los resultados indicaban la presencia de pequeñísimas partículas de vidrio en las vellosidades intestinales, hallazgo que fue comunicado a la policía que con el dato ordenó una pericia forense mucho más detallada que después estableció con un grado de certeza de cien por ciento que esas pequeñas porciones de cuerpos extraños en el tracto digestivo de la víctima le habían sido deliberada y calculadamente administrados como para que no desconfiara del entorno sombrío que le rodeaba. Tiempo después fueron capturados los autores que ante las evidencias contundentes solo atinaron a confesar su perversa fechoría.
Más o menos así sería la historia de la agonía de Loreto si seguimos manteniendo esos viejos mitos que incluso se reclaman airadamente tal si fueran derechos adquiridos. Hay mucho vidrio molido que nos están administrando algunos falsos empresarios, politiqueros que sueltan cualquier engendro para ganarse aplausos; periodistas, comunicadores y opinólogos que no se toman siquiera un breve tiempo para leer, analizar o reflexionar sobre una temática y que más bien se prestan a la complicidad con los que sirven bocados de muerte lenta haciéndole creer al pueblo que se trata de comida nutritiva.
El reintegro tributario es parte de ese vidrio molido que nos vienen sirviendo desde hace 43 años. Ha invadido nuestro organismo interno, cava profundas heridas en nuestro ser actitudinal que nos ha desangrado y nos genera una anemia que casi nos ha inhabilitado para emprender grandes proyectos por nosotros mismos. Nos ha convertido en indigentes ante el resto del país, tanto que no podemos fabricar ni siquiera palillos de dientes de madera, a pesar de la abundancia del recurso forestal en nuestra región. Ese vidrio molido en la forma de discurso facilista, simplón y bravucón de que sin reintegro tributario no tenemos futuro ha paralizado el desarrollo de una industria transformativa que cree empleo estable, multiplique la productividad, distribuya los beneficios de la rentabilidad y consolide una especialización productiva que hasta ahora no hemos definido.
Igual que la pobre víctima del vidrio molido de la historia policial, nos hemos enflaquecido y deteriorado. No hemos podido caminar porque nuestra debilidad nos mareaba, nos traía siempre hacia abajo y nos postraba en un lecho de región enferma, mientras nuestra capacidad de emprendimiento era asesinada año tras año, frente a nuestros ojos, con nuestra anuencia o indiferencia, por quienes quieren prolongar una medicina de vidrio molido que en cuatro décadas nos ha debilitado hasta el desfallecimiento.
No esperemos que nos hagan la autopsia para descubrir que nos pasó. Ya lo sabemos. Es hora de despertar a Loreto, de hacer un lavado para liberarnos de lo que nos está consumiendo, cerrar gangrenas sangrantes, echar a andar al gigante que quieren mantener agónico, curarle de su anemia, dotarle de una fisiología vigorosa y alcanzar su prosperidad.