ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
“Cercanía son cuentos y lejanía crónicas” fue la frase que me soltó el autor antes de entregarme la edición de “El baile de los vencidos” que tiene esta inscripción al lado del código de barras en la página 192: “printed in Great Britain by Amazon”.
Como la reiteración de una (¿mala, buena?) costumbre empiezo a leer el libro por el final que, además, es el cuento (¿o crónica?) que da título a estos ¿relatos?. Al toque la historia te engancha y uno termina saboreando el atrevimiento de Barriguita Brown o Javiera y la incertidumbre certera del narrador en un recorrido por Arica, Tacna, Arequipa, Miami y, como no podía ser de otra forma, por Londres con un final cinematográfico con una tarde “de un púrpura eléctrico”.
Para no descompaginar con la costumbre voy al primer cuento y me topo con “Vino tinto en MacDonald´s” cuando ese día, precisamente, Mónica había decidido como nunca comer algo en esa cadena de comida rápida y billetera larga. Las calles de Brixton dan el ambiente perfecto para que Felipe y Kloe bajo la atenta mirada de Shadow, el perro “blanco y pétreo como una estatua negra”, protagonicen una historia de migrantes en Inglaterra.
A esta altura de la lectura ya la incógnita inicial de saber cuál texto es cuento o crónica ya se ha disipado. Es crónica o cuento, según el cristal con que se mire. Más aún si la lectura viene precedida de una conversación con el autor que tiene una biografía llena de migraciones y en la que han participado desde la lejanía Julio Ramón Ribeyro, Walter Lingán, Jorge Coaguila, Jorge Nájar, Alfredo Bryce Echenique y en la que Gunter Silva Passuni es protagonista de historias que fácil pueden recibir la categoría de cuentos o crónicas porque ha sido (¿es’) inundada de exageraciones. Es de madrugada y una hora prudente para escribir al autor: “He leído el primer cuento y la última crónica… además “poeta muerto” y “Paris es una fiesta”, todos deliciosos, bien escrito y bien pensado, gracias por tu tiempo y saberes…”. A los tres minutos responde: “Ojalá te entretengan el resto de historias. Buen viento en todos tus proyectos y viajes. Va un abrazo para ti & Mónica”.
Y vaya que han entretenido. Uno mejor que otro. Todos leídos con la avidez de conocer el final, de apurar el paso para conocer cómo queda el migrante que tiene que vérselas para sobrevivir en el mundo académico o empresaria y, también en el submundo. “Desvirgarse era una tarea difícil cuando Pablo conoció a Luis Enrique en los salones de la academia preuniversitaria Sigma” es el inicio de “Solos” y como por arte de magia (la literatura es eso, magia) uno retrocede a los años adolescentes de un país que no ha dejado la adolescencia. O en “Caída luminosa” con esta frase inicial: “Flotas en la habitación. Recuerdas con amargura que naciste mujer en una tierra lejana donde no se te permite ser un muchacho” y observas como un flashback los crímenes de odio y los espacios que deben buscarse los que pertenecen a otra comunidad en nuestra comunidad y ese “mal sabor en la boca” que habrán experimentado quienes salieron de la patria porque no se los permitía salir del closet y migraron solos con su soledad por el “odio y rechazo de familiares y amigos”. Un texto que en cuatro páginas o, si prefieren, en 380 segundos, poco menos que siete minutos, te pone en el contexto de una migración “todavía invisible o, más bien, invisibilizada” en palabras de Valentino Gianuzzi, catedrático de Estudios Latinomaericanos de la Universidad de Manchester, ciudad a la que nos dirigimos en un tren tomado a última hora en la tierra que creíste es la monarquía de la previsión y planificación.
Todos los cuentos/crónicas de “El baile de los vencidos” son de necesaria lectura para todo aquel que tiene cercanía con el migrante. Es decir, todos. Porque en este mundo ancho y ajeno todos somos migrantes, venimos de migrantes y seremos migrantes. “Ritva caminaba delante de mi como un cometa incandescente que cortaba el aire frío que parecía flotar. Su cabello era dorado y ondulante como el río Amazonas” es una referencia al río nuestro en “En busca del tiempo escondido” donde Elmer Curio o Mercurio desde su trabajo de chofer es testigo de las habladurías de migrantes americanos que hablan de Pinochet como de Bolaños, César Vallejo, Cortázar y más con alguien que “se parecía a Mick Jagger pero escribía como Rimbaud”. Similares sensaciones provocan esas historias cuasi policiacas donde el sexo, traición y eventualidad de las relaciones amorosas hacen de los personajes tremendamente humanos.
Total, la literatura es humanidad. La migración nos debería hacer más humanos. Así llegó al final de la lectura y, por otra deformación de lector precoz, leo la nota del autor de de las primeras páginas donde Gunter confiesa que pensó rebautizar el libro con el título de “Sol de Underground” porque un niño se negaba a entrar al tren subterráneo de Londres porque “es que no hay sol” y “allí estaba la fugacidad impersonal de la vida moderna, el contraste entre la luz y las sombras de las historias, el sol mental que todo inmigrante imagina en su travesía por tierras extrañas”. Hasta que el editor le hizo notar que “el título del libro ya se encontraba en el propio libro, en uno de los relatos: “El baile de los vencidos”.
Terminada la lectura uno siente la necesidad de releer algunas de las historias. No sólo porque grafican la cotidianidad del migrante sino porque Londres puede ser reemplazado por otra urbe, las discotecas pueden cambiar de ubicación y los amores furtivos pueden variar de camas pero nunca, pero nunca como en la canción, la calidad literaria y las ganas de contar historias tendrán a un escritor en Londres como Gunter Silva Passuni, quien gracias a la amabilidad de Walter Lingán nos regaló más de 120 minutos de su tiempo en una ciudad que le ha adoptado como uno de sus habitantes porque los que tienen el don que él demuestra en su obra y ratifica en sus charlas son ciudadanos del mundo. Y sus cuentos/crónicas, su charla, su tiempo, su vida, es la evidencia que la literatura, además de crear un mundo mejor, genera lectores agradecidos y ser editor la posibilidad de dialogar con seres humamos que son personajes literarios.