En determinado tramo de la carretera que va de Iquitos hacia Nauta, un buen día, un ciudadano de armas tomar decidió levantar una fulgurante universidad. Para lo cual compró el terreno, lo registró en la entidad correspondiente y construyó el local con su techo de palma, sus cercos de palos estivados y su piso de tierra. Luego procedió a realizar la propaganda respectiva, ofreciendo gangas en el pago de la preparación académica, en la matricula o en los mismos cursos que la flamante alma mater iba a dictar contando con los mejores catedráticos en cada rama del conocimiento humano.
Antes de que comenzaran a arribar los alumnos, sin embargo, la supuesta universidad fue clausurada por la autoridades educativas. La razón era obvia. Ese local no tenía nada para funcionar como un claustro. Era una ofensa al estudio de cualquier carrera profesional. Pero el porfiado hacedor de universidades insistió que sí, que esas construcciones eran solo el inicio de un futuro edificio. Cuando las autoridades le negaron definitivamente el permiso, el empecinado constructor de universidades, se fue a otro tramo de la carretera y volvió a levantar una pocilga para que funcionara como alma mater. Y no dejó de insistir en fundar su propia universidad. ¿Quién era el tan terco hacedor de locales fallidos?
Era el embalado profesor de economía, señor Carlos Zumaeta Vásquez. Elegido rector en una votación amañada en la Unap, sufrió la pronta defenestración, y se quedó con las ganas de gobernar a la universidad más antigua de la Amazonía del Perú. Pero no se detuvo en su deseo de seguir en el trono, y se encaprichó en fundar su propia universidad en cualquier parte y con un mínimo de inversión. Al cierre de esta crónica el susodicho no descansa en sus afanes y tiene pensando levantar otro de sus esperpentos en la isla que queda frente a Iquitos.