Por: Moisés Panduro Coral

 

Está suficientemente demostrado que Jesucristo no nació en el mes de Diciembre, por lo tanto la fecha de la Navidad que de acuerdo al calendario occidental cristiano es la fecha del nacimiento del más grande revolucionario de conciencias de la humanidad, no es una festividad bíblicamente sustentada. Es, ante todo, una tradición religiosa, un conjunto de costumbres, prácticas y gestos humanos que ha ido cambiando según las prédicas, los usos y las creencias dominantes de cada tiempo.

 

Es innegable que la Navidad motiva en estas fechas un espíritu fraterno, un sentimiento de hermandad entre las personas, una necesidad de demostrar querencias, de expresar cariños, aún con los distantes; y cierto es que su cercanía imprime un deseo irrefrenable de comunicarse con los parientes y los amigos, de compartir comida, regalos y bebida, de estrecharse en un abrazo que no es muy usual en otros momentos del almanaque. Esta práctica subsiste, pero está en declive.

 

Sin embargo, existe otra perspectiva de la Navidad que es incremental. Por un lado, es fácil constatar que la Navidad desata una pasión desenfrenada por la compra, una locura de consumo que, en muchos casos, trastoca las conductas humanas llevándolas a la angustia y a la frustración,  a sentirse culpables por la falta de dinero, a reducir su autoestima ante la impotencia de no tener las mismas posibilidades que otros que se encuentran en mejor posición económica; y por otro lado, es una palmaria verdad que una gran parte de la población da por descontado que la fiesta navideña es propicia para ir de parranda, consumir licor en abundancia y empinar el codo hasta el último trago.

 

No soy moralista, ni nada que se parezca, estoy lejos de eso. Con todo, creo que debemos impulsar un empeño educativo, pedagógico, formativo, existencial de largo plazo que detenga la creciente pérdida del sentido afectivo de la fiesta navideña y supere la monotonía amplificada del derroche que mayoritariamente la caracteriza. Pienso que tal vez podríamos promover un derroche de afecto, más que un afecto por el derroche. Eso pasaría por fomentar y valorar una perspectiva diferente de la Navidad, entendiéndola como una fiesta de compromiso solidario a favor del progreso sin distingos, de metas concretas para lograr la igualdad, de acciones de formación de conciencia por una sociedad más justa, que finalmente es lo que Jesucristo proclamó durante su presencia terrenal.

 

En Loreto tenemos el 20.6% de desnutrición crónica en niños menores de cinco años cuya talla y peso es inferior a lo esperado para su edad, existe un 83.1% de empleo informal, la creación de empleo es de apenas 0.7%, y todo eso después de cinco mil millones de dólares de canon petrolero gastados y más de 50 años de un régimen tributario (exoneración del impuesto general a las ventas y el selectivo al consumo para los combustibles, reintegro tributario) que ha generado riqueza sólo para unos cuantos.

 

¿No sería ideal que la Navidad, siendo la fiesta esperada de fin de año, sirva para medir los resultados de buenas prácticas familiares y de gobierno corporativo público y privado respecto de ese compromiso solidario? Sin dejar de celebrar a lo grande, sería extraordinario tener una nueva Navidad bajo esos distintivos.

 

¡Un abrazo fraterno a todos! ¡Feliz Navidad!