Cinco Esquinas de Mario Vargas Llosa

Escribe: Percy Vílchez Vela

El novelista deslumbrante, el que ensamblaba variadas historias con el manejo eximio de las técnicas literarias, el que inventaba tramas convincentes y fulminantes, el que creaba personajes memorables que conmovían a los lectores, el que hurgaba en los bajos fondos de su país o del extranjero, no es más. El escritor Mario Vargas Llosa está en franca decadencia. Ello se desprende después de la lectura de su última obra. La tan publicitada Cinco esquinas no tiene nada que ver con las mejores novelas del citado. Es una evidente caída,  pues es una obra  floja que apela a convenciones gastadas y a fórmulas manidas para mantener la atención del lector, como esas novelas hechas a la medida y que solo pretenden entretener.

En Cinco esquinas el consagrado autor ha optado por lo más fácil, dejando de lado sus logros anteriores como la construcción de impresionantes frescos de  cualquier sociedad. Lo que resalta con nitidez es la flojera de la prosa que ha perdido la tensión y la brillantez que tuvo en sus primeras novelas. En la obra que comentamos la prosa se desliza sin sobresaltos ni creatividad, repitiendo lugares comunes para narrar las situaciones novelescas. Es como si el paso de los años hubieran  convertido a Vargas Llosa en un escritor sin garra ni riesgo que se contenta con tener a la mano un argumento cualquiera para meter luego ciertos personajes para que se mueven y den algún sentido a la historia.

Confesamos que no entendemos qué  cosa realmente hace esa pareja de lesbianas iniciando la novela. Los episodios sexuales de ambas sobran en el conjunto de la obra, son gratuitos y desconectados del conjunto.  Es como si el novelista hubiera metido a las  dos damas como añadidos tardíos para lograr algún efecto de escándalo en la experiencia del lector. Pero la novela hubiera funcionado mejor sin esa pareja que luego forma un trío con el marido de una de ellas.  Por otra parte, las descripciones sexuales nos parecen convencionales, lejos de los logros de lo creativo y dignos de un simplista manual erótico. En ninguna parte hay la poesía que uno puede reclamar con todo derecho a un novelista de los pergaminos de Vargas Llosa.

La novela Cinco esquinas es bastante simple en realidad y cuenta la historia de un intento de chantaje realizado por un as del amarillismo, Rolando Garro. La publicación de unas fotos comprometedoras del magnate Enrique Cárdenas en el periódico Destapes, desencadena una serie de hechos truculentos como el asesinato del extorsionador, la aparición de esa joya que fue Vladimiro Montesinos, cuya descripción es bien pobre, pedestre  y hasta simplista, la invención de la culpa del crimen de un anciano con problemas de la memoria llamado Juan Peineta y otros hechos nada memorables. La obsesión del narrador por darnos un fresco de una parte del corrupto gobierno de Fujimori  naufraga sin pena ni gloria.  Pues en ninguna parte aparece la profundidad que si está presente, por ejemplo, en Conversación en la catedral.

El título de Cinco esquinas  alude a un barrio pobre y poblado de malandrines  de Lima como una síntesis de los brutales años en que imperó la violencia en el país. Ello si nos parece un acierto, pero ese acierto se pierde gracias al mismo novelista que comete el desliz de hacer que una periodista, Julia Leguizamón, surgida de las miasmas del amarillismo, se convierta de la noche a la mañana en una valerosa mujer que se atreve a denunciar públicamente a Vladimiro Montesinos. No es creíble ese episodio que convierte en heroína a alguien que no está preparada para ello.

La última novela de Mario Vargas Llosa es, pues,  una obra deplorable. Leída y releída, sigue siendo un bodrio y no parece haber salido del reconocido talento del referido. Nada de bueno tiene para compararle con las grandes, vastas y ambiciosas ficciones que salieron de sus manos. Es como si la edad, el paso del tiempo, los mimos de la fama, los tantos premios, hubieran convertido al novelista en un mero hacedor de novelas para satisfacer la voracidad de las editoriales y para cumplir con el rito de la simple publicación. Sus fieles lectores de siempre, aquellos que podíamos desvelarnos toda una noche encandilados con sus novelas, no merecemos asistir consternados a esa evidente disminución de la calidad de uno de los mejores escritores que ha surgido en nuestro continente.