Quizá lo que escribo en estas líneas mías es producto de mi pretensión por devolver a mi tierra, en un homenaje también a la palabra, el tanto amor y abrigo en la que tuve la dicha de venir al mundo y donde hoy descubro los deberes que el tiempo, las circunstancias o el destino me forjan y obligan a cumplir con tal de lograr ser mejor en una atmósfera oscura y silenciosa que, sin dar paso a las mentiras, aún encubre ese rayo de luz en cada alborada llamado “valor” a los nuestros y lo demás queda guardado entre el viento del bosque.
Pues, en mi deuda con la escritura no encuentro otra oportunidad para describir lo que siento y vivo en la inmensidad de la espesura amazónica que desborda sueños y fracasos de los inmateriales entes vivientes que no tardan por apagar enmarañados lo dulce de sus bosques, que existen para mantener el equilibrio del planeta.
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Por cuestiones de estudio u otros motivos tuve la dicha de estar, por más tiempo de lo que la curiosidad demanda, en ciudades como Tarapoto, Yurimaguas y Moyobamba: donde al igual que en Iquitos sentí con familiaridad lo amable y humilde que puede ser la gente, que sin conocerte demuestra su estima, cariño o bondad para generarte confianza con tal de que vuelvas o invites a alguien más que deseé adentrarse en lo místico y mágico de estas tierras.
Asimismo, donde a través de los destellos de luz y magia que adornan la superficie de sus ríos en carnavales es posible tener más colores que el arcoíris, donde todo lo soñado es posible y dónde todo modo de vivir simplemente es mejor, donde a pesar de las carencias que un mal entendimiento de la democracia produce es imposible resistirse a los ritmos encendidos de la cumbia y la pandilla dando vueltas y vueltas a través de la “Humisha”.
Donde el «si di», «ya vuelta», «aquisito nomas», «ish», «ayahua», «ñañito», como resultado de las variaciones y fusiones lingüísticas entre las lenguas amazónicas y la hispana, son las frases más comunes para expresarse en el vendaval de la felicidad. Dónde todas las mujeres son tan hermosas como el paisaje que bordea al Amazonas, que, como menciona Paco Bardales “desde la recreación del amplio paisaje, desde el retrato ingenuo y febril de las aventuras de niños y grandes, desde la denuncia de las injusticas históricas, desde la contemplación o desde la injerencia de los problemas sociales o las nuevas vicisitudes del dilema urbano-rural, este río ha sido mudo testigo, silente protagonista”. “Ese río tiene sueños postergados, pues ha vigilado las orillas por siglos y siglos”, escribiría el gran poeta peruano Carlos Reyes.
En ese sentido, puede ser valioso mencionar, teniendo como justificación el propósito de este artículo, que la semana pasada como jugando en Facebook, queriendo yo saber sentimientos o percepciones ajenas, logre que algunos amigos comentaran en respuesta a un post: ¿Ser de la selva es…?
De esos comentarios puedo decir que en selva es posible que el oriundo y foráneo se enamoren de esta la casa del Dios del amor en un instante. Donde puedes comer juane sentado en la vereda de tu casa, disfrutar de un caldo de Boquichico acompañado de su ají charapita y su infaltable inguiri todas las mañanas para empezar con energía el día y no quedar “posheco”. Donde tienes como bebida una jarra de aguajina, masato o en todo caso tu «café de olla» con su pan rosquita, pan carterita o pan vico sin dejar de mencionar a la mantequilla amazónica llamado “umarí”, o comer sin cansarte todo el día aguaje con sal o azúcar.
Ante todo lo anterior me quedo con el comentario del amigo Diego Chupillón, quien sin ser natural de la selva aprendió a amarla y valorarla como lo que es una “Maravilla”, siendo capaz de expresar entre sí que ser de la selva es: “ser una persona que tiene una infinidad cultural, de vastos conocimientos sobre nuestra flora y fauna que otro individuo no tendrá, a menos que tenga toda la experiencia que alguien de la selva tiene desde el momento de nacer… [pues para él es imborrable] todas sus costumbres, su historia, y como olvidar su dejo que lo caracteriza, que es reconocible a leguas de distancia y que solo uno de la selva podrá pronunciar sin dificultad.
Porque, en este sitio, en este barrio, en este pueblo, existe un mundo de ensueño que no solo es exuberancia e inmensidad, como se ve, sino también belleza y pureza.