En esta oportunidad, en contra de mi vieja costumbre, voy a hablar en abstracto y no en concreto. Porque, entre otras cosas, hacerlo en concreto sería echar más leña al fuego y porque hacerlo en abstracto me suena más divertido. Y lo haré, eso sí como reafirmación de una vieja costumbre, en primera persona. Qué primera, primerísima. Y, cuidándome, de utilizar bien los signos de puntuación que con tanta jocosidad me enseñó a hacerlo el profesor Ángulo y con especial interés en los géneros y números que con tanto desvelo trataron de inculcarme los que hicieron de los verbos y predicados una opción de vida.
Tengo un amigo político que quiera hacer de esta Isla Grande -a decir de un escritor amazónico que extraña tanto su terruño que semanalmente se refiere al lugar donde nació con especial dolor por la forma en que se la trata o maltrata- una Isla Bonita, como la llaman hipócrita y huachafamente los que en teoría son encargados de cuidarla, y que por ello ha recibido los más viles insultos a través de los medios de comunicación. Tengo un amigo -esa condición humana que se sustenta en el respeto y cariño hacia otra persona sin importar el tiempo que tengan sin verse o hablarse, como bien me explicó en una completa borrachera un amigo pintor/artista que radica en la capital de la República- que ha alcanzado el más alto cargo en uno de los poderes del Estado y que por ello es víctima de los más despiadados dardos envidiosos de quienes en sus propias vidas han intentado lo mismo y han fracasado en el intento.
Tengo un amigo político donde otros tienen clientes. Y ese clientelaje les hace pecar en lo absurdo. Me han inventado una docena de historias todo porque ellos hacen esfuerzos loables por contratar un espacio de una hora en la radio y televisión y yo -periodista de profesión, “porseaca”, y no comunicador como dice se autodenominan los que alquilan espacios en los medios para decir todo lo que no podrían mentir en contra de los propietarios de esos medios- he concesionado todo el día una radio y un canal de televisión. Ellos pueden uno, yo puedo diez. Qué alegría y qué pena, según el cristal con que se mire. Tengo un amigo político como tengo tres amigos entre los colegas. ¿Es poco tener tres amigos entre los colegas? Basta y sobra, palabra. Porque he visto las traiciones más despiadadas entre quienes dicen profesar amistad, con escándalos y cierrapuertas al estilo “Sagafalabella”, y me quedo con esos tres y por ahí unito más que se pueda incluir.
Escribo todo esto en abstracto y no en concreto porque sé que los imbéciles de siempre no lo entenderán. Y es mejor que no lo hagan porque así se seguirán muriendo de envidia y de ignorancia mientras el amigo y yo vamos por el mundo disfrutando de la vida.