Por: Moisés Panduro Coral
Debo advertir primero que no soy católico, la abrumadora mayoría de mis amigos y de las personas que conozco son católicos, y me precio de ellos; tengo estupendas amistades entre los judíos, testigos de Jehová, mormones y hasta en los brahamánicos, por allí unos cuantos ateos; mi madre es evangélica y su vida me fascina por su fidelidad a la palabra del Señor, tres de mis hijos son feligreses adventistas del séptimo día y me siento feliz por que así sea. Respeto las creencias, aunque no pertenezco a ninguna denominación religiosa. Aspiro a un mundo en el que todas las religiones salvando sus diferencias busquen fervorosamente un encuentro con el Todopoderoso para construir una Humanidad más humana. Creo en Dios, en su obra maravillosa, sé que es el alfa y el omega; que está aquí, allá y en todas partes; que la sabiduría viene de Él y va hacia Él.
No soy muy afecto a las jerarquías religiosas, -exceptuando las personalidades que admiro-, tal vez porque mi padre fue un aprista anarquista libertario que en su adultez temprana me transmitió esos desapegos confesionales. Empero, debo admitir que el Papa Francisco me cae simpático. Es argentino, ya sabemos, pero me cae bien y en mi humilde opinión es todo un personaje que ha llegado a la más alta jerarquía de la Iglesia Católica justo en el momento en que ella necesitaba de alguien que reconozca, sancione y corrija los errores, obsesiones y oscurantismos de algunos de sus miembros, así como que revise dogmas que una vez abolidos o reformados podrían contribuir a incrementar superlativamente la fe católica.
Hay muchas cosas que se cuentan de él en su dimensión humana y no dejan de tener razón quienes piensan que con Jorge Bergoglio ha llegado la primavera del catolicismo. Que calce siempre sus zapatos negros que llevó de Buenos Aires y no los rojos papales que simbolizan señorío y distinción hace varios siglos, habla de alguien a quien no le interesa el donaire, sino el ser uno mismo; que en lugar de una ceremonia celebratoria de su primer año de Papado haya preferido twitear una simple petición para que recen por él, dice de este hincha del club San Lorenzo que no está interesado en la vanidad materialista sino en la trascendencia del espíritu ejemplar y generoso.
Esa foto en la que aparece al lado de un Barack Obama soltando una risotada, mientras él le observa con su cara de niño pícaro y feliz, como preguntándole: “¿es sincera tu risa?” es espectacular. Retrata lo que somos, queremos o debemos ser, lejos de posturas prefabricadas, adversos a lenguajes disimulados, desprovistos de ropaje impostor, libres de cualquier hipocresía. Pienso que la empatía con este religioso que prefirió su documento de identidad argentino antes que un pasaporte diplomático de El Vaticano, nace en la constatación personal de que de algún modo en esta etapa contemporánea la Humanidad se encuentra necesitada de personajes sencillos para la comunicación, humildes en sus actos por más alta que sea la instancia a la que accedan, austeros en su vida, de espíritu superior. Estoy seguro que lo del Papa Francisco no es marketing, el sabe que hay cosas superfluas que son vanidad de vanidades.
Aunque no sea católico a Moisés Panduro sólo le queda rezarle al Papa para que lo perdone de todos sus pecados personales -que son muchos- y de haber llevado a la catástrofe al PAP en Loreto por su desmedida ambición de poder.
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