Por: Gerald Rodríguez. N
2666, última novela de Roberto Bolaño, está constituida por cinco partes que pueden ser leídas de manera autónoma, fragmentaria o interconectada -no necesariamente de manera lineal- en términos de conjunto. Cada una de las partes remite a Santa Teresa, ciudad mexicana fronteriza, en la cual suceden continuos asesinatos de mujeres. Pero también cada una de las partes remite al tema del escritor desaparecido, el viaje, el mal y el secreto. La novela propone infinitas pistas que el lector debe seguir en busca de un origen, que resulta ser siempre un falso origen; juega con la tradición metafísica del inasible, del secreto del texto, del aura inalcanzable, con nuestra ansia desesperada de referente.
Bolaño necesita exponer en cada texto la posibilidad de que hay un secreto, un misterio; nos pone trampas para ello. Sin embargo, aunque una obra escenifique contener un misterio, éste requiere ser neutralizado dentro del texto mismo. Sólo mediante la presencia y la neutralización del misterio se logra subvertir la tradición metafísica del texto. En principio no habría «un misterio», sino muchísimos, lo que significa la fragmentación, la diseminación del secreto en tanto unidad articuladora. El secreto es necesariamente instalado dentro del texto en tanto marca la presencia del autor maestro y la concepción de la obra literaria de corte metafísico.
Pero es un simulacro de secreto, un secreto que ha perdido su esencia y que opera modulado de dos formas: el secreto lúdico, que encanta, que genera entusiasmo, y el secreto que impone fracaso, desencanto. Habría, por tanto, un secreto de corte vitalista (Los detectives) y un secreto ominoso (2666). En ambos textos el secreto simulacral no requiere ser descubierto; el secreto se mantiene siempre como indeterminación. Porque, para Bolaño, lo indeterminado es la vida y la determinación es la muerte. Todo aquello que se territorializa, que se fija, muere. Como ejemplo de ello, tenemos a Cesárea Tinajeros en Los detectives, que fallece poco después de ser encontrada. Hallar es igual a muerte. Todo lo que se encuentra, muere o está muerto. Tal como los cadáveres encontrados en Santa Teresa.
La escritura de Bolaño, tanto narrativa como poética, se convierte en precursora de la narrativa chilena de los últimos treinta años y, por qué no decirlo, de la narrativa latinoamericana post boom. Su obra excede cualquier categorización generacional; de tal modo, creo que su irrupción en Latinoamérica se ha instalado como un umbral de época, una suerte de pórtico a partir del cuál ya nada será igual. Bolaño es un «escriviviente», un ser alucinado capaz de reconocer a esos otros que comparten su condición de fracaso. La estética de la derrota es uno de los grandes puntos de inflexión de su escritura, una de las zonas en las cuales Bolaño no claudica. Esto podemos advertirlo ya en 1977 en su poética infrarrealista donde recupera al poeta de cuño rimbaudiano: «Rimbaud vuelve a casa «, señala en algunos de los segmentos del Manifiesto infrarrealista, casi como una plegaria y «Rimbaud vuelve a casa press» fue el nombre de la editorial creada junto al poeta Bruno Montané para publicar la revista Berthe Trépat en España, 1983. De este modo va generando estructuras textuales que se van devorando a sí mismas, rompiendo cualquier posible separación entre lector y destinatario en una suerte de proclama revival beatnik, donde termina señalando: «Déjenlo todo nuevamente/láncense a los caminos».