La Fundación Telefónica en Madrid está presentando la exposición “Nasca. Buscando huellas en el desierto”. Es una interesante exposición de los últimos hallazgos en el desierto donde ambulaba Maria Reiche y que recreó Gregorio Martínez la gran novela “Canto de sirena” y tierra originaria de mi amigo escritor ya fallecido Jorge Juscamaita, en Lima cuando me encontré con él, por el Queirolo de Pueblo Libre, me comentó la novela que trabajaba sobre Nazca. Me parece que la exposición es parte del desembarco peruano en Madrid, en el contexto de la feria Arco, sobre pintura que este año Perú era el país invitado. En la exposición de Telefónica hay mucho material arqueológico como la cerámica de gran valía, textiles, huacos que nos muestran el ejercicio del poder como la vida cotidiana de la gente. Además esta exposición tiene soporte fílmico de las excavaciones y explicaciones interesantes, como también discutibles sobre los geoglifos – esos enormes dibujos tatuados sobre las pampas de Nazca. Hasta aquí todo iba muy bien pero mientras caminaba por la mostra leía los marbetes con breves explicación de los objetos que se presentaban y encontré, casi sin querer, un ribete con un manchón innecesario. Un manchón que no lo veía en el Museo Británico de Londres que tiene muchos bienes culturales extraídos de Grecia, por ejemplo. O en París cuando visitas el obelisco de Luxor, no señalan los nombres de quienes trajeron esa obra de arte a la Plaza de la Concordia de la capital francesa. En ese rótulo señalaba que esos bienes que se presentaban fueron robados por un “huaquero” y citaban el nombre ¿? Sí, citaban el nombre ¿era necesario hacerlo? El citado respondía al nombre de EG, cito solo las iniciales de su nombre y apellido para no extender la espiral tóxica y culposa de seguir responsabilizando a una persona mientras países o huaqueros profesionales se van de rositas y pasean sin ruborizarse. Vuelvo a insistir ¿era oportuno citar el nombre de ese huaquero? Era un manchón innecesario.
