En el Museo Iquitos hasta el jabonero resbala. Hay una antología de errores, de malos datos, de falsas cifras, que mejor sería ir a la fiesta de San Juan y vacilarse, mientras los doctos historicistas, los eruditos a la violeta, los académicos del saco y la corbata, los doctores en historia marítima y de cocha, los de las historietas superficiales, se hacen los cojudos. Y nada dicen. Una sola muestra de ese botón amargo. “En 1910 Iquitos contaba con 14 mil habitantes”, dice en ese local que más parece un Centro cultural. Nadie sabe de dónde, de qué fuente o tinaja o paila, salieron tantos moradores. En “El Anuario de Iquitos”, publicado en 1914 por el diario La Razón, figura una crónica del doctor Jorge Converse, del Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos, contratado por el Estado peruano, para comandar el saneamiento de la ciudad del oriente, donde trata sobre la fiebre amarilla o vómito negro, y donde sostiene que hacia ese año, 1914, había en la bella ciudad oriental 3026 casas y 12, 500 personas.
Uno de las 2 cifras es falsa, sin ninguna duda. En ninguna parte del mundo, salvo una bomba atómica, un diluvio universal, el fin del mundo, los habitantes disminuyen con el correr de los años. Hemos perdido el respeto a Reppeto y su equipo bastante menesteroso en lecturas, en información, porque nosotros le creemos al doctor Converse y no al desinformado que escribió cualquier cosa sobre nuestra historia, sobre la historia amazónica y de Iquitos. El doctor Converse hizo personalmente el censo de casas y de habitantes y no confío en la collera, la banda o la junta, para coronarse trapaceramente, para autobombearse con rudos golpes, para alucinarse que es grandioso.