Hace poco César Hildebrandt refiriéndose a los errores de la revista Caretas lanzó una aseveración: El periodismo no está en crisis, los que están en crisis son los periodistas. CH es de lectura obligada para todos los peruanos que mantenemos cierta dosis de rebeldía. Sí, rebeldía al sistema. Y creo que en eso radica lo que hacemos los periodistas. Tenemos que revitalizar nuestra rebeldía cada cierto tiempo. Todos los peruanos. Más los periodistas. Claro, en Iquitos hay más periodistas que lectores semanales del periódico de Hildebrandt. Eso demuestra varias cosas.
Con el riesgo de ser reiterativo cada vez que puedo repetiré la respuesta que dio el exparlamentario aprista por Loreto ante la pregunta: ¿Qué recomendaría a los periodistas?: “Que sean más periodistas”. Y a eso debemos apuntar. A ser más periodistas. O, dicho de otro modo, a ser cada día más periodistas. Es difícil. Me lo van a decir. Pero de eso se trata este oficio, que tiene el vicio de una profesión. Claro, en Iquitos si a una persona que funge de periodista le dices que tiene que ser más periodista es probable que te ganes su enemistad y te “condene” al veto perpetuo. Eso demuestra varias cosas.
Cada día es un exámen en todo el sentido de la palabra. Nosotros, los periodistas, trabajamos con información, con personas que se involucran y no quieren, muchas veces, aparecer. Y debemos tener la capacidad necesaria para discernir entre lo que se llama interés público y no. Tamaña responsabilidad que, en innumerables casos, la dejamos de cumplir. Motivos de ello pueden ser explicados en extenso. Sobran los motivos.
No es novedad que se hable mal de quienes ejercemos esta profesión. Y hasta he llegado a pensar que es mejor que así sea. Porque somos controversiales, por naturaleza. Pues trabajamos con dos o más versiones siempre. Y en ese camino cada una de las fuentes consultadas tiene sus propios intereses. Hasta nosotros lo tenemos. Pero, para decirlo con cierta provocación: somos un mal necesario. Por nosotros la población se entera de las noticias. Que si un ejecutivo culpa a la caída de un árbol los cortes de energía eléctrica, que si una alcaldesa señala que una comba en manos de sus opositores dañó la Plaza 28 de Julio, que si un congresista loretano respalda incondicionalmente a la lideresa de la agrupación que le llevó al Congreso. Luego viene la opinión, que es otra cosa. Pero la palabra de los protagonistas es primero, después la opinión. Nunca a la inversa. Nunca.