En la maleta de equipaje había seleccionado los libros de Ngũgĩ wa Thiong’o para el viaje a Bissau, Guinea Bissau –excolonia portuguesa en el continente africano. Era un homenaje implícito, a través de este gran novelista keniata, a este gran continente que, desgraciadamente, sigue siendo expoliado de modo colonial. Los recursos se descepan por las mismas transnacionales que son amigables con el medio ambiente en el próspero hemisferio norte y subvencionan los deportes y las artes, razón tenía Walter Benjamín cuando decía: “no hay documento de cultura que no lo sea al tiempo de barbarie”. Eran un ensayo y una novela de compañía en el zurrón. El libro de ensayo era “Desplazar el centro” que me remeció igual que su anterior ensayo que había leído “Descolonizar la mente”. Me parece que sus apostillas sobre la producción literaria, en este caso en la Amazonía, son dignas de tener en cuenta por las letraheridas y letraheridos de esta parte del bosque. La escritura de la floresta, salvo excepciones, ha estado domeñada por un centralismo mental crónico (confieso que los narradores limeños cada vez me atraen menos por su ñoñería) y, al mismo tiempo, de un gran lastre neocolonial. Hay una pregunta que me ronda en el escritorio luego de leer a Thiong’o ¿se puede ser escritora o escritor (o fungir de crítico literario) del palustre sin saber una lengua indígena? Si no lo sabemos, me parece (yo lo tengo) que es un déficit a subsanar. Hace poco un lingüista peruano cuestionaba a estudiosos que visitaban las crónicas de Huamán Poma de Ayala o de Garcilaso e ignoraban el quechua para su lectura. Es como si un antropólogo o antropóloga no supiera una lengua indígena de la etnia que está estudiando. A modo de apunte, señalar que Thiong’o escribe en la lengua de su etnia, el gikuyo, con el propósito de buscar más lectores- espero que lo haya conseguido. Porque en el caso de la floresta los escritores y escritoras carecen de lectores. Mientras leía en el aeropuerto de Lisboa o en el avión el ensayo de este escritor keniata, en cada página sentía un duro cuestionamiento a la literatura que se había pergeñado en la floresta. Además, en contrapunto, sientes que la literatura que se produce en el hemisferio norte es una narrativa de emociones muy agotadas, que anda envuelta en un subjetivismo perverso (¿síntomas del ennui que nos mencionaba Steiner? Y ese cuestionamiento a esa gramática del aburrimiento europeo lo comprobé al leer “Un grano de trigo” una de las primera novelas de Thiong’o, narra las rebeliones nativas y sus complicaciones frente a los colonos ingleses. Desde sus primeras páginas sientes un látigo acerado en tu mente para debatir la situación que se vive en el continente africano como las calles en estado ruinoso de la capital de Guinea Bissau. Sobresale la tierra roja que me recordaba a Pucallpa hace muchos años. Ha sido Thiong’o un gran compañero de viaje en este lado del mato guineano.

P.D. El “toca toca es el equivalente, en transporte público de pasajeros, a la combi en tierras peruanas. O “la chapa” en coordenadas geográficas de Mozambique. Nos embarcamos en uno de ellos de Safim a Bissau. Claro, miras el mundo de otra manera. Apretujados. Toda una experiencia para los sentidos. Los otros pasajeros apenas nos miraban. El conductor iba con música a tope con una salsa latinoamericana y luego canciones guineanas, a toda velocidad.

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