COLUMNA: PIEDRA DE SOL                                                                           

   Por: Gerald  Rodríguez. N

Triste es la realidad política que nos agobia, más triste la actitud de las masas  de peruanos que no se agitan, ni se incomodan por un mensaje de la nación farsante, mentiroso, literario, y más que todo, triste. Porque triste es el mensaje y triste es el peruano que desde el silencio de su cocina, desde su sala; en la venta del mercado con la radio chillona, desde su cama con resaca celebrada, o desde algún lugar, escuchó o leyó el mensaje de la nación de otro país, tal vez el del nunca jamás, o del país de la maravillas; porque esa no es la realidad, esa irrealidad literaria que el Humala leyó no es nuestra, y el peruano siempre triste, ajena al mensaje, indiferente a cada palabra sin análisis, sin remedio, puro floro, pura nada. Porque no habló de los avances que no hay, y de los sueldos mínimos que no subieron y que bajan con la subida de precios de los productos básicos, de la inseguridad que agobia cada día más, y de la gran transformación que se prometió en la campaña que solo fue una mala imitación de la retórica shakesperiana,  o canto desafinado de algún trovador callejero.

La impresión de las masas en el Perú, indiferente, reprimida, enmudecida, ante las situaciones políticas y acomplejada por el globalismo, es, y seguirá siendo, y de eso no hay duda, un pueblo sumiso, violentos con nosotros mismos. En nuestro mundo gritamos y criticamos, jamás lo decimos, escuchamos callados las mentiras, lo creemos a pesar de que no sea cierto.  Nuestra crítica e inconformidad es un espacio en blanco, que poco a poco se mancha de mutismos, de silencio, de conformismo. El criollismo y la viveza nos ahoga, y el peruano siempre triste, callado, embaucado por la caja boba. Nos prestamos a otras realidades, las más bajas de la condición humana, como interesáramos de la vida ajena, sin antes vernos en nuestra propia realidad, la realidad política, social, económica, cultural, que ante todo nos parece grotesco y terrible.  Y entonces nos cae como un baldazo de agua fría un mensaje que solo es eso, agua fía que nos enfría y nada más. No reaccionamos, no salimos de nuestro mundo a pensar en el fiasco a la cual dimos votos de confianza. No pedimos que nos devuelva nuestro voto, solo decimos que sigan robando pero que hagan algo.    Y eso es lo que busca el salvaje sistema neoliberal, que siempre demos votos de confianza desde nuestra ceguedad, en este largo viaje, en nuestra balsa de piedra, en nuestro país, ahora, un planeta con desilusión.

La decepción la tenemos por detrás, al frente, y por delante de lo que se nos viene en la política, y de nuevo la decisión está en nosotros. Que Humala nos devuelva nuestro voto, para dárselo a otro, y el mismo discurso de la nación hasta el 2020, la misma retorica; y le pediremos de nuevo nuestro voto, y le daremos a otro mal peor, y así seguiremos sufriendo la maldición de Melquiades y de don José de San Martin, en un nuestro Macondo peruano, por doscientos años de soledad, de pobreza, de desigualdad, de miseria, y de subdesarrollo. Y el peruano seguirá siendo triste con su voto equivocado, siempre triste, siempre caperucita para elegir un menos lobo vestido mal de la abuelita entre los tres los candidatos que más se perfilan para el sillón presidencial, para nuestros doscientos próximos años de soledad y miseria, hasta que esperemos que el peruano deje su tristeza y su mal voto equivocado.