Por recomendación de una de las personas que estaban en una de las casetas de las editoriales de la feria del libro de Madrid me compré el libro “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer” de David Foster Wallace que transcurre en un transatlántico por el Caribe. Luego me enteré que a todos los que pasaban por allí recomendaba ese libro. Pero en la decisión de comprarlo también influyó que antes ya sabía leído “El tenis como experiencia religiosa” y me había dejado un buen sabor de boca. Sobre todo su gran capacidad de observación que es una de las condiciones necesarias para escribir. Mirar los que los otros no observan. Esos pliegues de la realidad que a muchos se les escapa. En este ensayo/crónica Foster Wallace con ironía caústica viaja por unos días en uno de esos transatlánticos que navegan, a tope de turistas, por unos días en aguas del Caribe. Observa a casi todo. Hay situaciones descacharrantes. Narra casi lo que ocurre: a sus compañeros de viaje y sus manías como la de un pasajero que iba a todos lados con su cámara filmadora y quería registrarlo todo, sus propias fobias como a los espacios abiertos, a la tripulación del barco muy pagados de sí mismos y miraban a los pasajeros con gramos de desdén, a los que amenizan los tiempos libres y las fiestas en la nave cuya tripulación, que estaba en los mandos, era griega a excepción de los que dan los otros servicios. Me recordaba que con la misma mordacidad describía el Open de Nueva York en sus crónicas sobre el tenis. Aquí él navega en esas aguas sin ningún problema. Hubiera sido interesante que alguna vez Foster Wallace hubiera tenido una experiencia de viaje en la floresta, más aún en la peruana. Su ironía seguro que se volcaría hacia la indignación. Es un viaje alucinante donde todo toma otras dimensiones. Desde el precario embarcadero, el presumido capitán del barco y sus anécdotas, los osados grumetes que se paseaban por todo el barco, los cocineros, olores en diferentes direcciones y ángulos, las hamacas colgadas en varias gradaciones desde el suelo a casi rozar el techo, niños vendedores que irrumpen el sueño, es una experiencia alucinante y única. En esos viajes casi nunca lograba pegar ojo, quería anotarlo todo.

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