En el colmo de los colmos los aguafiestas han sacado a relucir lo mejor de su repertorio tras la clasificación al Mundial de Rusia 2018, por parte del seleccionado nacional de fútbol. Con lo que se confirma, una vez más, aquello de que el peor enemigo de un peruano es otro peruano. Qué desgracia por Dios.
Eso de querer fregar la celebración tras el triunfo ante Nueva Zelanda, que nos dio el boleto mundialista, diciendo que el fútbol es el opio del pueblo, incluso calificándonos de imbéciles a los que vivíamos esta felicidad luego de 36 años de estar ausentes de la fiesta máxima del balompié de este planeta.
Los pincha globos, que son como una especie de club de tías que toma el té todas las tardes como en la corte inglesa, se sienten dueños de este país, se alucinan como los exclusivos responsables de marcar la agenda nacional. Qué debemos decir y hacer. Cómo debemos reaccionar ante tal o cual situación. Un poco más y decretan a qué horas debemos ir al baño y qué papel higiénico debemos usar. Unos perfectos desubicados.
Felizmente somos la mayoría que decretamos por mandato del sentimiento y del corazón saltar de alegría, vivir a plenitud estos momentos a plenitud. Cómo a alguien se le puede ocurrir querer controlar esto, que fue como un torrente que arrastraba tantas penas, lamentos y frustraciones desde hace más de tres décadas. Los peruanos tenemos derecho a sentirnos felices. No pueden querer condenarnos a estar siempre cargando la pesada cruz, que muchos de estos mala leches son los responsables. En lo político, social y económico. Así que no vengan a querer camuflar sus fracasos y mediocridad con nuestra algarabía.
Sus pobres argumentos por ningunear este momento de gloria que nos han regalado los muchachos de la selección, es decir que vivimos de espaldas a la realidad del país por estar disfrutando de lo que nos regala el fútbol. Tremendo disparate, digo. Porque el hecho que nos sintamos felices y estemos aun en la efervescencia de la celebración porque esto que era una triste historia hoy es una hermosa realidad, no significa para nada que no sintamos en carne propia los problemas de nuestra bendita tierra.
Por eso digo que no podemos mezclar las cosas, son como el agua y el aceite, dos orillas distintas. La vida nos brinda la oportunidad de llorar, de indignarnos, de protestar, de reír, de celebrar y de ser felices. Acaso alguien mientras está cantándole el “happy brithday” a su mamá o hijo, permitiría que a algún inoportuno se le ocurra contar que la tía tal está en cuidados intensivos. O cuando están haciendo el amor y al borde del orgasmo, le caería bien que a su pareja se le dé por recordarle que el recibo de luz se vence en tres días. No pues. No vengan con tonterías. Todo tiene su momento, cada cosa en su lugar. Hoy es el momento de celebrar y punto.