Tiempo de broncas 

Un mandatario peruano cachaciento, no importa qué  mandatario, dijo que en este país los problemas se arreglaban solos. El presidente de marras se equivocó. En el Perú los problemas se arreglan a patadas, a golpes o con balas.  A la mala, a trompeadura limpia o con efusión de sangre, se arreglan o se complican todavía más. Ilave, Bagua, Andahuaylas, últimos lugares donde la violencia alcanzó niveles extremados, no nos dejarán mentir. En la actualidad, poco antes de que el imaginativo, locuaz y pateador Alan García se marche del gastronómico palacio gubernativo, hay 230 broncas sociales que pasarán  a la agenda del retirado comandante Ollanta Humala. No somos, pues, una patria tranquila. En el suelo y el subsuelo nacional hierven las furias de la protesta, las llamas del  reclamo enconado.

En ese escenario encrespado, nosotros aportamos nuestros litigios. El tiempo de broncas, estado casi permanente de nuestras vidas, tiene tantos capítulos que se nos terminaría el espacio. Entonces tenemos que referirnos a la última víctima de esa violencia de siempre. Escribimos sobre la señora Efrocina Gonzáles, la que hasta hace poco combatía contra el ruido urbano, la que denunció al inoportuno gusano en su plato servido en un conocido restaurante, que fue agredida mientras asistía al evento de las danzas escolares. Era sábado, día de descanso, de ayuno, de hogar, o de cualquier otro menester donde no anida la violencia.  

En principio, todo uso de la violencia, verbal o física, es una ofensa contra el elemental uso de la razón. Contra el sentido de la civilización primitiva que todo hombre o mujer tienen. En ese sentido, rechazamos la agresión física a la señora directora. Pero también rechazamos  esos disturbios  increíbles  que estallan a cada rato en ese sector.  Además, rechazamos esas carpas a la intemperie donde maestros y maestras se hacinan para reclamar. ¿Hasta cuándo se acabará el caos en el rubro educativo?