ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
Hugo Coya ha escrito varios libros sobre historia. Todos ellos fascinantes. “Genaro. Los secretos, escándalos, triunfos y fracasos del gran mago de la televisión peruana” tiene un especial interés porque trata, entre otras cosas, del surgimiento de la televisión, de la aparición de ese empresario que revolucionó con aportes tecnológicos el medio, sino que además de visionario fue precursor de las transmisiones en procesos electorales.
Como quiera que me tocó vivir desde el status de estudiante de Periodismo las elecciones de 1990 y las posteriores podría decirse que nada podría sorprenderme. Pocos recuerdan el debate Fujimori-Vargas Llosa donde el entonces futuro Presidente de la República mostró mucho antes que finalice ese encuentro la portada del diario “Ojo” dando de ganador a quien iba a perder en la segunda vuelta. Hoy, 31 años, las cosas no han cambiado tanto en lo político y periodístico.
Cuenta Coya que Genaro, visionario al fin, “supo que la campaña de 1962 marcaría un hito en los procesos electorales, tanto por su dinámica como por la participación de la ciudadanía, reflejada en las numerosas manifestaciones públicas. Él consideró tempranamente que la televisión no podía ni debía estar al margen. Pero el gran espectáculo televisivo que montó para la época enfrentaría un agudo problema: el grand finale de esa mise-en-scene con el anuncio del vencedor sería solo posible mucho tiempo después.
En Lima se vivía el mes de las garúas de junio de 1962. La elección a la Presidencia de la República se disputaban dos jóvenes que luego serían gravitantes en la política peruana. Fernando Belaunde Terry y Víctor Raúl Haya de la Torre. Por entonces los militares tenían una copia de las actas del escrutinio. Genaro lo sabía. Así que fue en busca de un militar que tan solo le diera la información. Así fue. Un tal Nicolás Lindley, luego de consultar a sus superiores, dio los datos a Genaro con el pedido que no revelara la fuente. Entusiasmado con la primicia, no sólo por una información privilegiada sino por el duro golpe que daría a la competencia se pudo escuchar “alrededor de las once de la noche de la mañana del 11 de junio de 1962, el conductor de Panamericana Televisión, Humberto Martínez Morosini, anunció: fuentes generalmente informadas indican que el candidato de Acción Popular, arquitecto Fernando Belaunde Terry, encabeza ampliamente los escrutinios y, de mantenerse la tendencia, será el próximo presidente de la República”. La realidad era que Haya de la Torre mantenía ventaja sobre Belaunde. Pero lo que primero se escucha es lo primero que se cree. O se quiere creer. Una bomba informativa de ese tipo tenía que provocar reacciones bélicas. Belaunde se dirigió al local de Panamericana con una multitud mientras que Martínez Morosini trataba de entrevistar al hombre de la lampa. Después se fue a Arequipa a seguir celebrando un triunfo que, por lo menos, era dudoso. Pero la democracia también se llena de dudas. Los apristas, “sorprendidos por el repentino anuncio de Panamericana Televisión, salieron también a las calles, pero para protestar por aquello que consideraban una manipulación electoral, la intención de robarle la victoria a su candidato, Víctor Raúl Haya de la Torre” narra Coya. Lima era un caos.
Como en otras oportunidades, los militares ante la conmoción que se vivía en la patria ocuparon las calles para devolver la calma. Como ella demoraba en llegar los mismos militares desconocieron las elecciones y quienes habían provocado todo el tumulto también se ofrecían para calmar las aguas. El 17 de julio se instaló una Junta Militar en la que estaba, entre otras, un señor de apellido Lindley. El mismo Genaro confesaría que esa elección la ganó Haya y que Lindley no había hecho otra cosa que ocultar datos claves de Trujillo y Cajamarca.
Un año después se convocaría a nuevas elecciones y, ahí sí, la ganó Belaunde porque -se imaginan cómo corrían los rumores por esos años- se decía que Haya de la Torre era el voto perdido porque los militares jamás aceptarían un presidente aprista. Belaunde asumió el mando el 28 de julio de 1963 y Lindley, tras dejar el gobierno, fue nombrado embajador extraordinario y plenipotenciario del Perú en España entre 1964 y 1975, año que regresó al Perú, donde murió en 1995., cuenta Coya.
“Genaro se convirtió así en el pionero de las grandes coberturas electorales televisivas, pero inauguró también la errática relación entre poder y televisión en el país. Un cóctel, una pócima de sabores agrios que lo hará conocer más de una vez la ilusión de superar a la imaginación y el lado más oscuro del poder”, escribe Hugo Coya en el capítulo que narra esa parte de la historia del Perú, parte donde la televisión era predominante para impedir que alguien gane un proceso y, además, contribuir a que pierda el país. Tal como hoy se nota no sólo en la televisión sino en las redes sociales, siempre dispuestas a sicosociales. ¿Será diferente este 2021? Lo dudo.