Estábamos a unos veinte minutos caminando de la playa, por la vía Augusta, en Tarragona, Cataluña. Con el nombre de Tarraco la conocían durante la ocupación romana. Estar al pie del Mediterráneo es de agradecer al espíritu. Me despertaba muy temprano para saborear el amanecer. Es bellísimo. De la oscuridad del paisaje (el faro de la costa es el único que iluminaba a las seis de la mañana) al tímido sol color naranja que aparece en el horizonte y que, rápidamente, lo ilumina todo. El nombre de la vía trae recuerdos a Roma y al imperio, al legado romano que está en toda la ciudad, inclusive hay hasta actuaciones de los antiguos centuriones para recrear ese momento histórico. Es muy curioso que en las octavillas de publicidad sobre la ciudad se mencionen al rico patrimonio romano como el anfiteatro que linda con el mar, la época medioeval, el Museo de Arte Moderno. Uno presiente o intuye – que es una forma de conocimiento nos dice Martha Nussbaum, que en esa historia pergeñada en esas octavillas faltaba una pieza, no sabía cuál. Así casi sin querer al leer un suplemento cultural de un diario, me detuve en leer una reseña de un libro escrito en Alemania sobre la memoria de la guerra civil española. Ahí estaba la diana. Pero desde el primer momento me detuve en la fotografía que acompañaba la reseña. Era un retrato de un lugar con cruces y grava en el cementerio. Sí, en el camposanto de la ciudad había una fosa común en honor a los represaliados de la guerra civil por las huestes franquistas que también es parte de la historia de la ciudad. Así que al día siguiente de mañana nos enrumbamos al cementerio. No la pudimos identificar al momento. Le pedí ayuda a una de las personas que trabajan allí, me dijo, ¿de los republicanos, no? Sí, le respondí. Sonrío y me indicó como llegar. Nos acercamos al lugar con sigilo, casi sin hacer bulla. Dimos el homenaje a esas almas y volvimos a nuestras caminatas. Era un lugar de la memoria que no estaba en los mapas de la ciudad ¿será que gana la amnesia? Coincidentemente en este camino sinuoso de la memoria, en los diarios de Perú publicaban la muerte de “Mama Angélica”, Angélica Mendoza de Ascarza, valiente mujer en pro de la verdad que luchó en las épocas más oscuras de Perú, en los aciagos años ochenta y noventa, a favor de su hijo desaparecido, en el cuartel Los Cabitos, Huamanga. Él sigue en la condición de desaparecido.

https://notasdenavegacion.wordpress.com/