El País de la Culata es un vasto territorio ubicado más allá y más acá de la línea equinoccial. No figura en ningún mapa o agencia de turismo o página web. Es, de acuerdo a las primeras versiones de los forasteros que arribaron a sus costas en chalupas navegantes, una nación flotante, casi aérea, pues la tierra hace tiempo desapareció y las calles y casas se asientan en flotadores alzados sobre varias aguas que desembocan en el sucio lago Morona. No existe el inconveniente del hambre, pues sus pobladores se alimentan de zumos y aromas de las flores sembradas con la tecnología hidropónica.
El País de la Culata está más avanzado que cualquier nación del planeta ya carece de presidente, de ministro, de congresista, de alcalde, de regidor y de cualquier otro cargo con poder. El policía de la esquina es la máxima autoridad de esa nación, pues cachiporra en mano y pistola al cinto, hace y deshace a su invención y su antojo. Y así controla el tráfico vehicular, compra y vende cosas viejas, evita los disturbios sociales, distribuye los puestos claves, arbitra partidos de pelota, hace batidas y se zurra en la tapa. Su régimen dura desde que nace hasta que muere y solo le puede reemplazar otro uniformado esquinero.
En el plano de la justicia, la única ley admitida es la ley seca. Ello no significa una permanente sequía en el consumo de licor, sino que los ciudadanos tienen que ser ejecutivos y cuando denuncian un robo tienen que llevar al ladrón para que no salten los malentendidos, cuando denuncian una deuda tienen que mostrar el monto prestado para evitar suspicacias y cuando denuncian un crimen tiene que mostrar fotos y videos contundentes para evitar la competencia. En ese país de maravilla ocurrió luego el veredicto contra el acusado Abimael Guzmán que en el ejército de Mao hubiera ocupado el puesto de cabo rancho.