[ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel].
M.A. Bastenier, ese periodista que tanto ama el oficio y que quizás sea el contemporáneo que más personajes internacionales haya entrevistado, me ha hecho recordar algunas experiencias locales sobre las entrevistas que me tocó realizar en esta profesión.
El articulista del diario El País afirma que “Las preguntas más delicadas es mejor que queden para el final, cuando se haya creado algo parecido a un lazo funcional con la persona y lo esencial de la entrevista esté ya conseguido. Al primer ministro israelí Simón Peres tenía que preguntarle inevitablemente por el asesinato de un alto dirigente de la OLP, que se había atribuido a su dirección, y costó Dios y ayuda que no cortara la entrevista; y al presidente peruano Alberto Fujimori le pregunté, ya como despedida, qué le evocaba la palabra España, a lo que contestó, impertérrito, “saqueo, exterminio, destrucción”, tal como salió publicado en EL PAÍS. Carlos Castaño, el mayor líder paramilitar que haya conocido Colombia, admitió, también sin enarcar una ceja, que los paras vivían del narco porque su misión superior, salvar a Colombia aún contra su voluntad, no les permitía pasarse de pulcros. No había que correr el riesgo de que se frustrara el resto de la conversación”.
Cuando deambulaba por las calles de Lima –aún estudiante universitario- entrometiéndome en las exposiciones o conferencias de prensa perseguí al aún no candidato Mario Vargas Llosa que salía de la casa Osambela y sin percatarme en los guardaespaldas le lancé la pregunta: “¿qué le podía ofrecer al pueblo de Iquitos?”. A lo que contestó sobre el cariño a esta tierra y los personajes que habían nacido al calor de sus estudios. Recuerdo que corrí entusiasmado reescuchando las palabras del autor de Pantaleón y las visitadoras varias cuadras antes de mostrar el material el material al profesor de arte que estaba seguro que el nombre de uno de los personajes de la obra que habla sobre el servicio de prestaciones en el ejército estaba motivado en él, ya que por esos años se montó una obra teatral en Iquitos a cuya lista tuvo acceso el novelista y de ahí sacó la nominación. Esa entrevista la tenía entre mis archivos preferidos hasta que la ciencia y tecnología terminaron destruyendo.
Ya en los avatares de la militancia profesional trataba de convencer al entonces alcalde de Maynas, Joaquín Abensur Araujo, para que me contara la historia de su vida y siempre se negó porque argumentaba que “mi niñez ha sido muy pobre y de demasiado sufrimiento que no quiero recordarla, hijo”. Me repetía cada vez que le proponía la investigación sobre su trayectoria. Abensur era un buen entrevistado por lo impredecible e imprevisible. Porque podía salir con una respuesta extraída de lo más hondo de la sinceridad o, también, porque trataba de “dorar las píldoras” de su biografía.
Leyendo y releyendo a Bastenier he recorrido y recordado algunos personajes que me tocó entrevistar y he comprobado una vez más que este oficio o profesión es lo que me ha llenado de vida.