Desde hace un tiempo atrás siento que mi epicentro se ha trastornado. Las lecturas y caminatas habituales han sido sacadas abruptamente de la agenda diaria. Mi programación de lecturas se ha alterado, es más, apenas tengo tiempo para leer unos folios y cuando leo me siento con el apremio de hacer otras cosas pendientes ¿cuándo vendrá esa paz doméstica y de rutina? Empiezo libros que luego de unos folios los tengo que abandonar por las urgencias cotidianas. Me da apuro esta agonía. Aunque resulte una paradoja me cuesta acostumbrarme a lo inesperado, siento que he abandonado mi rutina y es como si me faltara algo que hacer. Es como si hubiera perdido la brújula y ando a tientas. Hay un punto de insatisfacción que no tengo claro en qué momento de ese puñetero punto estoy. Me cuesta arrancar. No sé por dónde tirar. Es como caminar dando vueltas en el mismo lugar cuando te pierdes en el bosque, me inunda el desasosiego e impotencia. Mi tiempo se diluye o me entretengo en cuestiones más pedestres. Las otras preocupaciones del corto plazo han ganado y por goleada. No es nada fácil quitárselas de encima. A veces, para alentarme me digo que esto es un paréntesis, pero este paréntesis se está haciendo un poco largo. Es como si no avistara tierra en esta navegación de cabotaje u miras desde tu proa la costa pero no sabes donde detenerte. Con solo moverme un palmo de lo habitual percibo un seísmo interno que te perturba, que te hace dudar. Es un temporal sin precedentes que no sé donde agarrarme. No pensé ni en el mejor de los casos que esto resultara tan cargante. Miro no sé cuantas veces el calendario y llego a la conclusión que tengo para rato. Tengo que buscar oxígeno Me cuesta hacerme la idea que esta transición o inestabilidad es para rato. Una llamada por el móvil para confirmar el cambio de domicilio me devuelve a la realidad.

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