El mejor reportaje que se haya escrito sobre Shakira, esa musa caribeña con ancestros árabes que vio por primera vez la luz en los cielos de Barranquilla, fue de la autoría de su compatriota Gabriel García Márquez en el 2007. Es una pieza que se relee con fruición y al borde de la excitación por la fuerza de las palabras y la cantidad de información. Ayer la colombiana llegó a Bogotá con su hijo para inaugurar un colegio y recibir el pasaporte colombiano para y soltó esta frase: “él es también colombiano”. Conmocionado por esta frase transcribo algunos párrafos de lo escrito por Gabo:
Es difícil ser lo que Shakira es hoy en su carrera, no sólo por su genio y su juicio, sino por el milagro de una madurez inconcebible a su edad. Cuesta trabajo entender semejante poder de creación compatible con sus trenzas negras de ayer, las rojas de hoy, las verdes de mañana. El año próximo será suyo: está previsto que entrará en discos y en vivo en los vastos mercados de Europa, Estados Unidos, Asia y África, donde millones de fanáticos la esperan cantando sus canciones en numerosos idiomas. Tiene más premios, trofeos y diplomas que muchas veteranas grandes. Se ve que es como ella quiso ser: inteligente, insegura, recatada, golosa, evasiva, intensa. Barranquillera de hueso colorado, desde el mundo entero y desde las nubes de su Olimpo añora las huevas de lisa y el bollo de yuca, y una casa de techos muy altos que no ha podido comprar frente al mar, con dos caballos y mucha tranquilidad. Adora los libros, los compra, los acaricia, pero no tiene el tiempo que quisiera para leerlos. Anhela a los amigos que se le quedan en los adioses apresurados de los aeropuertos, pero sabe que no será fácil volver a verlos.
Sobre el dinero que ha ganado, dice: «Tengo menos de lo que dicen y más de lo que yo digo». Su sitio predilecto para oír música es el automóvil cerrado, a todo volumen, sin molestar a nadie. «Es el lugar ideal para hablar con Dios, hablar conmigo misma, tratar de entender», dice. Confiesa que odia la televisión. Dice que su contradicción más grande es creer que existe la vida eterna, pero siente el terror insoportable de la muerte, por la pérdida de los sentidos.
Hubo épocas en que concedió hasta cuarenta entrevistas diarias sin repetirse. Tiene ideas propias sobre el arte, la vida terrenal y la eterna, la existencia de Dios, el amor o la muerte. Sin embargo, sus entrevistadores y publicistas ocasionales se han empeñado tanto en que las explique, que la han vuelto experta en respuestas fugitivas, más útiles para escamotear que para revelar. Rechaza toda idea relacionada con la fragilidad de su fama, y la exasperan las versiones de que puede perder la voz por sus supuestos abusos. «En plena luz del mediodía dice Shakira no quiero pensar en el ocaso».
Por espacio no continúo la transcripción pero sí la lectura de ese monumental reportaje de un colombiano para una colombiana.