La afamada empresa que reemplazó al ingeniero Brunner carecía de vehículos propios y tenía la costumbre de alquilar unidades para proceder a la limpieza de las tantas calles. Los volquetes que a diario presentaba para recoger la basura no se dieron abasto y terminaron por pasar de largo sin recoger nada. Luego los directivos de esa empresa alquilaron los famosos tractores agrícolas que acondicionados procedieron a hacer lo que podían que en realidad no era mucho. Al final quedaron como trastos aparatosos que eran estorbos. La basura seguía reinando en el ámbito de la urbe ecológica. Entonces a alguien se le ocurrió alquilar los camiones cerveceros.
En una ciudad que se divierte de lunes a domingo los camiones cerveceros son legión y sin un solo error llevaban y traían las botellas vacías o con entro. Nadie se quejaba del servicio espumeante que prestaban. Esa ventaja comparativa sirvió para que esas unidades fueran contratadas ventajosamente para cumplir con el servicio basurero. El contrato fue un acierto desde todo punto de vista, puesto que los hábiles choferes de los carros cerveceros recorrían toda la ciudad en poco tiempo, recogían la basura acumulada en las veredas o las calles, entraban a las mismas casas a juntar los desperdicios que se estaban acumulando y no demoraban en arribar al nuevo relleno sanitario que estaba en el centro de la plaza 28 de Julio.
En el presente los camiones cerveceros se han impuesto con todo derecho en el mundo del recojo de basura. La carretilla, los volquetes, los simples camiones son cosa del ingrato pasado. El que menos puede contemplar esas airosas y gallardas unidades que se desplazan por las calles centrales y periféricas de nuestra ciudad. La limpieza de los desperdicios no es más una desgracia colectiva. La ciudad perpetuamente limpia es una garantía por los siglos de los siglos.