La protesta contra el actual Papa, Benedicto XVI, quien es acusado de mantener excesiva tolerancia a la pedofilia sacerdotal cuando era arzobispo de Munich, empaña la celebración de la Semana Santa de este año 2010. De esa manera, una de las más célebres fiestas cristianas sufre un evidente revés, un claro cuestionamiento, y los voceros de la iglesia oficial han optado por el silencio. Es decir, esconden las cabezas coronadas como los avestruces, esperando, suponemos, que pase el escándalo, que el encono se olvide. El hecho revela otra de las crisis que asaltan de vez en cuando a las cumbres del catolisismo universal.
Pero los cristianos no sólo pertenecen a la jerarquía, a los altos cargos y a los elevados mandos. También están entre la gente del común, entre los ciudadanos de a pie, entre los pobres y necesitados de este mundo perdido. Ese abundante pueblo creyente y fervoroso, que confía en la promesa de Cristo, que cree sin dudar en la palabra del Señor, siempre ha sido la reserva moral de esa iglesia oficial tantas veces corrompida por el ansia de poder efímero, las vanidades de este planeta del mal, las corrupciones de la vida breve.
Entre nosotros, ese pueblo unánime, está lejos de los tormentos de esa jerarquía cuestionada, de la crisis de ellos, de los otros, y celebrará esta Semana Santa con su acostumbrada devoción. De manera que la fiesta cristiana, de la agonía del Mesías y de la resurrección de la carne, será una celebración de los de a pie que tienen las manos limpias, que no han cometido delitos y que pueden ser llamados los legítimos siervos del Señor.