Miguel DONAYRE PINEDO
La historia oral del pueblo Kukama, pueblo ancestral que vive en los márgenes del caudaloso río Marañón, nos cuenta que quienes defienden el mundo de las aguas son los Karuara (la gente del río). Son seres de barba encanecida, cuerpo de escamas, manos como aletas de pez, pies grandes y pies anchos grandes que miran hacia atrás. Estos seres acuáticos me recuerdan mucho a las esculturas del artista valenciano Damià Díaz.
Los Karuara son los custodios de los recursos naturales del palustre. Por eso cuando avistan cualquier perturbación de las aguas se enfurruñan, esto se aprecia porque se les resaltan las venas y arrugas de su cabeza calva llenas de ira. Gruñen. Los Karuara lanzan improperios al viento y enarcan las cejas. Los que los conocen cuentan de su mala uva contra aquellos que causan el daño. Muy enfurecidos desmenuzan las tierras de las poblaciones y comunidades que han obrado mal.
Por estos tiempos uno de los celadores Karuara de las aguas fue a una quebrada ¿se trataba de la de Cuninico? Allá observó que los peces como la palometa, el bagre, el boquichico, el tucunaré boqueaban cerca de las orillas porque no podían respirar. Se quedó transfigurado ante la situación espeluznante que tenía ante él. Los ojos de este guardián se inundaron de sangre y cólera. No puede ser, rezongó mordiéndose los labios, y derramó una lágrima.
Los curanderos y comuneros dicen que los Karuara andan en estos días con cierto reconcomio perciben que las aguas donde vivían están tóxicas y mucha gente se está muriendo. Tienen sed de justicia porque, a pesar de las denuncias, la justicia se está demorando demasiado.
En el libro “La primavera silenciosa” de Rachel Carson se advertía del uso indiscriminado de pesticidas sobre las aves y los seres vivientes. El libro, una vez publicado, zarandeó conciencias que obligó al Estado a revisar su política sobre los pesticidas y los daños colaterales de estos. Quién iba a pensar que lo que denunció Carson era un remusgillo de lo que pasaría años después en la Amazonía peruana con la contaminación petrolera. Es una muerte lenta y silenciosa.
De acuerdo con la información revisada desde los años noventa, hace más de veinte años, ya se advertía de los efectos perjudiciales de la explotación petrolera en la floresta norte de Perú. En este mismo sentido, un informe de 1993 señalaba que por la Batería Yananacu, río Marañón (en plena Reserva Nacional Pacaya Samiria), se encontraron impactos negativos en las aguas debido a la explotación de petrolera.
Se pueden consultar en la actualidad esos informes, aunque, infelizmente la gravedad a los daños al medioambiente en nuestros días, infelizmente, los han soterrado. La contaminación de las aguas por efecto de la explotación petrolera va en tanto en detrimento de las poblaciones locales, como el de los Kukuma del Marañón, como del entorno natural. Aunque en la selva norte no sólo los damnificados son el pueblo Kukama. También existen impactos negativos en los territorios de los pueblos Urarina y Quechua, entre otros.
Recuerdo que hace unos años una barcaza derramó petróleo que en el Lago de Rumococha que contaminó su cuerpo de aguas (como lo denominaba la entonces legislación de aguas). En esa ocasión, un grupo de los pobladores de Rumococha interpuso una acción de amparo que la jueza de Maynas de entonces les dio la razón en la primera instancia. Sin embargo, los demandados recurrieron la sentencia, y en pleno proceso en segunda instancia el expediente se perdió en la tremenda Corte Superior de Loreto, y luego, volvió a aparecer como por arte de magia. Cosas de la selva.
La resolución judicial que les dio la razón en primera instancia fue un engorro para muchos actores locales y también de ámbito nacional. Se encolerizaron porque unos pobladores anónimos y sin ganas de publicidad habían interpuesto esa acción judicial en defensa del derecho fundamental de la persona al medio ambiente. Una revista de derecho ambiental de Lima publicó íntegramente el fallo de la jueza de Maynas. Sin embargo, rápidamente estos folios judiciales en la memoria colectiva han cundido el olvido.
En el año 2000 se denunció el derrame de cinco mil barriles de petróleo cerca de la Comunidad de San José de Saramuro por el hundimiento de una barcaza que transportaba crudo bajo la responsabilidad de PLUSPETROL.
En julio de 2001 la Defensoría del Pueblo presentó el Informe No. 47, “Pueblo Urarina. Conciencia de grupo y principio precautorio”. En el citado informe se hacía referencia a que en las quebradas Pucayacu y Hormiga, Distrito de Urarinas (provincia de Loreto y Región de Loreto) un acueducto vertía agua de producción al entorno natural, que precisamente territorio ancestral del Pueblo indígena Urarina. Luego de una visita al lugar, y en aras de facilitar una actuación rápida la Defensoría del Pueblo, se invocó el principio precautorio a favor de las poblaciones que residían en la zona afectada.
Entre estos agravios al medioambiente tenemos además que en 2009, a raíz de las protestas de agrupaciones indígenas sobre estos y otros derrames, se consiguió que la empresa petrolera PLUSPETROL dejara de verter aguas saladas al rio Marañón. Podríamos continuar pero esta crónica no pretende hacer un relato exhaustivo de los desgraciadamente múltiples denuestos al entorno natural y las poblaciones locales, sino mostrar a título ilustrativo algunos graves hechos y la omisión o actuaciones morosas de las autoridades ante estos ellos.
A lo largo de estos años las poblaciones locales e integrantes de Pueblos indígenas han puesto sobre el tapete el problema de contaminación en la selva norte de Perú (esto se aprecia en las notas de Radio Ucamara de Nauta, los apuntes de Miguel Ángel Cadenas o las denuncias de ACODECOSPAT, que se pueden encontrar buscando en internet o googleando en la red) y ha llevado a cabo distintas movilizaciones con las que se ha logrado que este asunto tenga repercusión nacional e internacional.
Sin embargo, paradójicamente, en la ciudad de Iquitos, capital de la región de Loreto, el problema de la contaminación petrolera no ha calado lo suficiente en la población y en las autoridades. Por el contrario, muchas veces, se puede leer en las redes sociales que los dirigentes indígenas son vilipendiados con insultos racistas. Esta actitud, desgraciadamente, no es nueva en la ciudad. Cuando ocurrieron los brutales crímenes del Putumayo durante la época del caucho la mayoría de los iquiteños e iquiteñas los soslayó. Pareciera como si la población tuviera las tragaderas muy anchas.
En esta parte de la selva siempre que concurre, de una parte, la explotación de los recursos naturales, y de la otra parte, la población indígena, tenemos un serio problema sin salida aparente que traslada, desgraciadamente, los daños a las poblaciones del lugar. Estas últimas son dejadas de lado en nombre del progreso y el desarrollo. Las denuncias se arrinconan en los despachos de las autoridades y en las redacciones de los diarios. Es una actitud que demuestra el talante segregacionista y de mirar al otro lado de la población iquiteña, salvo prueba en contrario.
En las últimas semanas se ha conocido públicamente, a través de las redes sociales y los medios de comunicación, que el oleoducto del Norte de Perú está “haciendo aguas” y se están produciendo derrames en diferentes lugares donde viven comunidades Kukama. Un día es en San José de Saramuro, otro día en Cuninico, otro en Nueva Alianza (río Marañón), otro día distinto es en Monterrico (río Marañón), al otro en el Campamento Capihuari Sur,… Ante esta situación se están dando diferentes movilizaciones indígenas, como la de Saramuro, que exigen al Gobierno central diálogo ante esta grave situación.
Es un chorreo que está dañando de manera lacerante la fuente de vida de las poblaciones que viven a lo largo del río Marañón –dicen que hasta los sueños están pintados de negro. Sin embargo, la morosidad de las autoridades y la falta de solidaridad sobre esas poblaciones es la actitud que gana terreno en resto de la región de Loreto y el resto del Perú. Hay mucha y comprensible indignación entre las y los pobladores afectados porque no se trata de denuncias de “ahora”, sino que la contaminación silenciosamente se sigue extendiendo sobre sus cochas y aguajales.
Me cuentan los amigos y amigas del río Marañón que los Karuara están muy encrespados porque sus cochas, ríos y quebradas están infectados de petróleo y las autoridades están cruzadas de brazos. Los Karuara están llamando a mucha gente a defender su territorio ¿hasta cuándo podrán controlar su enfado? ¿Se rebelarán?