Se fue Oraldo Reátegui Segura, un hombre necesario para la Amazonía, para el periodismo y la educación. Alguien que jamás pasó desapercibido donde estuvo. Lo conocí en el diario «La Región» adonde llegó para terminar de comprender el periodismo que practicaba desde el colegio. Tenía una visión muy elaborada en cuanto al desarrollo de su región, defendía que los principios y códigos de las costumbres amazónicas no debían separarse de la fe ni de la participación de la Iglesia, su gran amparo.

Aunque podrían sonar contradictorios promover los valores de la multinacionalidad loretana y, sobre todo, de las comunidades indígenas con los valores católicos, Oraldo supo conciliar en su vida y su trabajo estos dos ejes para llevarlo al periodismo de una manera contundente y hasta evangélica. Pero no desde lo facho ni monacal, como se acostumbra en la fe, sino desde la audacia que significa darle voz a los que tienen algo que decir. En cierta forma era un adelantado a lo que proponen tímidamente ahora desde lo educativo y católico.

Lo digo porque me convenció para ir a «La Voz de la Selva» cuando sabía que mis convicciones religiosas eran dudosas. Amparado en la pluralidad, el periodismo y sobre todo en la amistad que forjamos logramos compartir rutilantes momentos en la radio que me enseñó a empatizar con la gente. Que me permitió conocer los rincones más inhóspitos de la selva y reconocer en sus lados más australes y boreales la labor de LVS y sobre todo de su director, Oraldo. De hecho, varios niños que llevan su nombre por diversas comunidades, son fe ciega que la patria no se hace desde el escritorio sino también desde el micrófono educativo.

Me queda la satisfacción de haberle dicho personalmente que él era el que más entendía de periodismo en la selva. Renuente a las formas más occidentales del oficio y a las influencias capitalinas, siempre su afán era extraer lo mejor de lo popular para darle camino y poder través del periodismo radial. En todo ese marco, su honestidad para con el oficio y sobre todo para mantener la independencia dentro de la crisis era oasis.
Me retumban ahora los momentos mágicos de conversación de cómo la fauna periodística de entonces se había mal ha venido en Iquitos. su picardía de hablar en serio y en broma y florear a las damas con ese estilo amazónico que en su elegancia era una invitación ingenua, a la que nadie sucumbió, porque además le enamoraba hablar de su familia y de tus proyectos. Ahora que leo homenajes de gente que le quiere y le conoció más, me quiero quedar con la siguiente imagen.

Por primera vez nos dieron una moto vieja para ir a las comisiones. En ese diario y en todo Iquitos (creo que a nadie aún le asignaban esos “privilegios”). Nos fuimos a Punchana y en medio de la ruta se apagó la moto. La empujamos por varias cuadras, compramos unos “curichis” y nos sentamos en la sombra a hablar de todo. De Iquitos, de los periodistas, de los propietarios de los medios, de los alcaldes y sus fantasías, me pusiste al tanto porque te diste cuenta que auscultaba la realidad “charapa”. Nunca llegamos a la entrevista, nos volvimos empujando la moto y me dijiste algo que con los años confirmé rotundamente. “Aquí vas a encontrar a Macondo”. Ahora espero que en tus funerales estén todos tus dioses. ¡¡Gracias cabezón!!

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