Haciendo de guía magistral nos llevó por las calles más representativas -la Avenida Paulista, sin duda- y cada vez que era necesario detenía el auto para explicarnos la historia de una u otra edificación.
Los que le habían visitado me habían dicho con inusitada coincidencia amical: es un anfitrión de la puta madre. Hasta que salió aquello de la exposición sobre las fotografías de la época del caucho en Sao Paulo y decidí -sabiamente- acudir a una de las ciudades más representativas de Brasil acompañado con Mónica. Y, claro, el primer referente allá era él, pues hace más de una década radica en esa ciudad y quienes habían gozado de su hospitalidad no tardaron en sugerir que le escribiera. Aquí el WhatsApp funcionó de maravilla y una buena tarde nos reencontramos en el centro de Sao Paulo.
Mónica -que para las buenas y malas vibras de los amigos/as tiene una intuición que muchas veces he lamentado no seguir- estaba ansiosas por recorrer las calles paulistas. Por sus referencias novelescas, por sus marchas multitudinarias y porque queríamos comer todas las carnes del mundo en un solo lugar. Haciendo de guía magistral nos llevó por las calles más representativas -la Avenida Paulista, sin duda- y cada vez que era necesario detenía el auto para explicarnos la historia de una u otra edificación. Como no podía ser de otra forma, luego de ese recorrido a uno de los lugares que volvimos fue a la “Casa del Amor”, remodelada y mejorada como debe ser.
Como no podía ser de otra forma, cerca de las cuatro de la tarde aparcamos en una churrasquería que ofrecía como aperitivo una caipirinha con cachaza –no la 51, por cierto que es la más popular en ese país- y, luego, una jornada inolvidable de carnes cuya digestión duró tres días con todas sus noches. Quienes me conocen saben de lo huraño que soy a las salidas protocolares y prefiero la soledad de las giras. Pero en Sau Paulo hice la excepción motivado por la curiosidad de ver a un amigo trochero luego de varios años y comprobar que le ha ido bien en la vida y, además, verificar si lo que decían de él todos los que le encontraron en la ciudad que estuviese, tenían razón. Y en ambos casos fue estimulante saber que todo era certero.
Fue un viaje inolvidable, por su deferencia y hospitalidad y porque nos trataba como si fuéramos uno solo a Mónica y a mi. Y creo que los amigos que uno tiene por el mundo que comprenden que la pareja es una unidad, son los más perdurables. Así que esas explicaciones históricas de la crisis brasileña provocada por la izquierda desmejorada dichas por un hombre de derecha orgulloso de serlo, se hacen bien digeribles y mejor si están matizadas de los recuerdos de la tierra de origen y los amigos comunes de la infancia y adolescencia. Y uno, apegado tanto a la tierra, no puede sino sentir orgullo de ver a un loretano tan hecho para la vida como Fernando Gómez, disfrutar de su estancia en una ciudad tan cosmopolita como Sao Paulo. Y el orgullo ajeno crece al ver que Maurilio, ese cura tan impactante que tuvimos como profesor, también es un referente para este exalumno agustino.