Santander en el inicio del Amazonas
En el olvidado censo de ciudades extraviadas en estas praderas, destaca por su ausencia y su desastre la urbe que alguna vez existió en un lugar memorable y prestigioso. En la confluencia del turbio Ucayali con el torrentoso Marañón, que fundan o fecundan al indetenible Amazonas, cierta vez comenzó a levantarse una urbe cuando Nauta ni siquiera era un sueño y cuando Iquitos no era nada en el vacío. La ciudad enseña al hombre, decían los antiguos, pero esa metrópoli no tuvo tiempo de exhibir su sabiduría porque desapareció hasta el día de hoy.
El promotor, auspiciador y gestor de la ciudad en la confluencia, fue don Gaspar Vidal. Era el mismo un inspirado rezador que presentó un proyecto de ley para construir una sede para las incursiones, pacificaciones y otras hierbas misioneras. El motivo de esa inminente fundación era el fracaso de las urbes entonces fundadas con pompa y bullicio. La primera ciudad fundada en la llanura, Borja, no daba ni para la sal, menos para el culantro. Otro tanto ocurría con Santiago de la Laguna y otros lugares que eran amenazados perpetuamente por la ruina.
El nombre de la futura ciudad era pomposo: Santander de la Nueva Montaña. Al parecer, tuvo el diseño habitual con el cuadrado y su plaza de armas, la sede de la gobernación, la casa del misionero y el trazado de las calles. En el plano. Porque en la cruda realidad, esa ciudad soñada, nunca apareció en esa célebre confluencia. El inconveniente mayor de esa urbe era que no había con quien poblarla. Lo cual era bastante extraño, pues era territorio de la cocamería que había tenido contacto con los otros, con el capitán Juan de Salinas Loyola que, para variar, fundó sus propias ciudades que tampoco prosperaron entre los verdores.
Entonces, al rezador se le ocurrió la bizarra estrategia de trasladar algunas familias de Borja hacia esa Santander del inicio del Amazonas. Poblar ese ámbito con gentes que no tenían ningún ímpetu aventurero o colonizador o migrante, fue letal en el acto. Porque los borgeños no se acostumbraron a la evidente pobreza de la posible ciudad modelo y prefirieron regresar a la primera capital de Maynas, como en esa canción de César Miró que dice que todos vuelven al lugar donde nacieron.
Los castellanos eran cosa seria en el rubro de la fundación de ciudades. Cada quien por su cuenta y riesgo quería tener su propia urbe. Nada más que una metrópoli para ellos y sus gentes y sus generaciones. Tal vanidad no se ha perdido y hay gentes que quieren tener su propia calle. Pero eso es otro tema. Interesa decir que esa manía del propio espacio urbano fue fatal a la postre y una de las razones para que las ciudades selváticas se retrasaran tanto. El otro factor del fracaso de las urbes amazónicas fue la ignorancia de la tecnología oriunda. El más claro ejemplo fue el desconocimiento o el desprecio de los chachapoyas, los grandes constructores amazónicos de ciudades antiguas.
En el crucial encuentro del Ucayali y el Marañón hay ahora un mirador sin atractivo y que puede caerse en cualquier momento. Una urbe allí, donde comienza el Amazonas, sería un atractivo de primer nivel. Uno puede imaginar, inclusive, que esa urbe perdida podría ser un atractivo hasta para los que no viajan ni a la esquina. ¿Quién no quisiera visitar la ahora imaginada ciudad de Santander de la Nueva Montaña y recorrer sus calles cercanas al inolvidable espectáculo del inicio de una de las maravillas naturales del mundo?