El robusto cuy fue fusilado la tarde de ayer en la Plaza de Armas de Iquitos con su Dios del amor, a la charanga, la chingada y la mamada de gallo. El pelotón armado no vaciló un instante y vació sus cacerinas a la orden unánime de los jefes militares de aire, tierra y creciente. Es, desde luego, lamentable el destino final de un animal esencialmente bueno, apto para mascota de la huerta, dotado de artes curativas y ganado por la certeza de la adivinación. Pero nada se pudo hacer para salvar a ese ejemplar que tenía la obligación cívica de dejarse de titubeos para elegir cualquier casillero donde estaban los nombres y seudónimos de los candidatos que iban a gobernar la región de los bosques. Pero el animal de marras nunca escogió a nadie.
La tómbola dominical fue instalada en la Plaza de Armas para salir de la inercia y del vacío de poder que causaba grandes y graves males. Después que se detectó que los resultados de los partidos de futbol electoral eran arreglados bajo la mesa, cerca del arco rival, y con la complicidad de los árbitros, los jueces de línea, los delegados y hasta los mismos hinchas, se procedió a buscar una nueva modalidad para elegir a los gobernantes. El prodigio del cuy ganó la licitación debido a que ofrecía muchas ventajas gracias a su buen olfato.
En medio de salvas disparadas, de vivas a los candidatos, el animal salió corriendo y moviendo nerviosamente sus bigotes. En la tensión, los nervios a flor de piel, las urgencias de ganar, se hizo el remolón y el desentendido. Avanzó un trecho, se detuvo, se lamió una de las patas delanteras, bostezó y caminó hacia uno de los casilleros. Cuando estaba a punto de elegir, retrocedió y quiso marcharse, mientras estallaban gritos de frustración. Así estuvo varios días hasta que todo el mundo perdió la paciencia y se procedió a teñir de sangre la tómbola política.