Lo mejor es irte en los momentos de gloria, recogía una máxima estoica. No quieras ver tu final porque será horrible. Para eso hay que saber medir los momentos y retirarte a tiempo, pero a los mortales que ejercen el poder se les olvida con facilidad. El olvido en esos momentos es un mal consejero porque la gloria o la lisonja no deben obnubilar. Pero este dicho no es solo para los que ocupan el poder político. Nos pasa en nuestra vida diaria. En estas batallas escuchas que suena a una sentencia la muletilla que nadie es imprescindible. Al menos con la alta precariedad laboral que desgasta a las trabajadoras y trabajadores en el día a día. Es más, te lo enrostran en la cara cada que pueden. Las personas que se dedican a la política lo saben, es más, viven con esas palabras tatuadas en la cabeza. En cualquier instante puede rodar tu cabeza. Si lo tomas en serio remítete a la historia quien lo ignoró cuando debió ser el momento de retirarse el resultado fue desastroso. Estrepitoso. Aunque a pesar de saberlo pensamos que eso no va ocurrir, crees que lo controlas todo y sabes que no es cierto. Ni los dictadores pueden ufanarse de eso. Lo pueden ver por ejemplo en “La fiesta del chivo” y otras novelas sobre los poderosos. Estar en el ejercicio del poder requiere ante todo anticipación y buenos reflejos. Es también provocar tormentas y saber conducirlas. No es solo montarse en el poder. Es saber tocar las teclas adecuadas en momentos determinados. Roturar y avivar los silencios. Los que lo ejercen los saben pero con facilidad olvidan el momento del retiro ¿será la vanidad?, ¿el querer ser inmortales y estar sobre el bien y sobre el mal? A pesar de estas advertencias repetimos los errores y nos encastillamos repitiéndonos que no hemos cometido deslices. Buscan culpables a tu alrededor. Nada menos cierto. Es mejor despedirte en los momentos de gloria,  quien lo hace labra mejor la memoria. Hay que saber irse.

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