En la larga lista de feriados, rojos, rosados, blancos u de otro color del ocio rentado, nombre que más se acomoda a la costumbre nacional del relajo, la vagancia o el bayanismo, se ha sumado con todo su tufo de amanecida el Día Nacional del Pisco Sour. El primer sábado de cada febrero de todos estos años se celebra dicha magna fecha de la chupaduría nacional. El peruano es un gran bebedor como sabemos. Es impresionante las cosas que inventa para irse de botellas o de copas. No contento con eso, celebra la borrachera como si tal cosa. El pisco tiene su prestigio, sin ninguna duda. Ningún otro licor ha logrado el plebiscito de la gente achispada o espirituosa de la costa.
Ni el caña canera, ni el chuchirrin u otro licor de último aliento, del borde del estribo, ha alcanzado el prestigio de ese licor que sale de la uva. El que menos sabe del sabor del pisco sour y puede tomarse una copa de ocasión. Pero eso no le convierte en el gran licor de la blanca y la roja. Pero no está mal celebrar un bien de la peruanía. Hasta allí nos parece perfecto la cosa. Pero no sabemos de ningún país que haya conseguido la excelencia celebrando a sus licores. Porque el que celebra lo único que quiere es pasarla bien, divertirse o beber hasta el hartazgo. Y las riquezas o los logros nuestros requieren de otra cosa. De trabajo, por ejemplo.
En estos predios bosquesantes, fluviales, donde sigue reinando el Dios del amor, al camote o la pollada, donde se bebe como desayunar o respirar, el pisco no goza de gran aceptación. Los iquiteños no pueden sumarse al jolgorio pisquero porque en sus carteras de preferencias báquicas figuran otros licores. Por eso este sábado los iquiteños van a celebrar el día señalado con bastante cerveza u algún licor adulterado.