Por: Moisés Panduro Coral
En Loreto parece que nos hemos acostumbrado a las tragedias que periódicamente ocurren en nuestras rutas fluviales, puertos, embarcaderos y astilleros. Cada cierto tiempo, Iquitos se conmueve con accidentes penosos, naufragio de embarcaciones, y lo más grave, pérdida de vidas. Los titulares de prensa y las preocupaciones de autoridades y de la ciudadanía duran unos días, para después volver a lo mismo de décadas: informalidad, inseguridad, negligencia, indiferencia, incompetencia.
Éstas son algunas de las noticias de las que hemos sido testigos en los últimos años. Una lancha que transporta carga y pasajeros naufraga al colisionar con una lancha hospital de un organismo no gubernamental en medio de la oscuridad de la noche en un tramo del río Amazonas; menos mal que otra lancha estuvo cerca del accidente para auxiliar a los infortunados pasajeros. Otra lancha con una capacidad para 160 pasajeros que va con destino a la triple frontera, naufraga por sobrecarga y exceso de pasajeros; lleva más de 200 pasajeros a bordo, además de ganado vacuno, bolsas de cemento, cajas de cerveza y bidones de combustible; el resultado es doloroso: 12 personas fallecidas y 30 desaparecidos -la mayoria niños- de los que hasta hoy no se tiene noticia porque se hundieron atrapados por la carga.
Una lancha con destino a Yurimaguas naufraga en el río Marañón luego de que su motor de impulsión deja de funcionar y es arrastrada por la corriente golpeándose varias veces por la fuerza de las olas contra la orilla. Viajaban en esa embarcación muchas madres de familia con sus menores hijos, y nuevamente, el exceso de tonelaje es la causa principal del accidente pues el esfuerzo hizo recalentar el motor que, para variar, no estaba en las mejores condiciones de operación. Otro caso es el de la motonave repleta de pasajeros cuyo timonel no puede visualizar el canal de navegación debido a la densa neblina reinante en el río Amazonas, lo cual es común en época de vaciante; como consecuencia se vara en una playa que está surgiendo a mitad del río donde los pasajeros se quedan por horas hasta que llegue su rescate.
En el río Ucayali, un deslizador impacta contra una lancha de carga y pasajeros de gran calado en su intento de acercarse a la embarcación en pleno trayecto de ésta. La fuerza del choque arroja a sus ocupantes al río, y una joven desaparece en mitad del río. Es una costumbre en la amazonía peruana que los pasajeros vayan al encuentro de la lancha, a pesar de que el trasbordo es peligroso. Hace unos años atrás, un profesor universitario desapareció mientras regresaba de Requena a Iquitos; la embarcación en la que viajaba chocó contra una playa, los pasajeros impactaron contra las estructuras metálicas de la nave, y nuestro recordado amigo Baldomero Santillán no pudo salvarse al quedar inconsciente. Otra vez, un rápido fluvial que hacía ruta hasta el trapecio amazónico naufragó desapareciendo toda una familia; igual sucedió recientemente con un reconocido neurocirujano que vino de vacaciones a Iquitos.
Y si de puertos y astilleros se trata, ahí tenemos las noticias de la muerte por asfixia de siete marinos que se encontraban trabajando al interior de un dique flotante en un astillero de la empresa SIMAI; la muerte de un estibador por hundimiento de la plataforma de trasbordo y el desplome de un puente en un puerto informal de Iquitos administrado por la municipalidad de Maynas; y ahora esta terrible tragedia de siete personas fallecidas y desaparecidas mientras un crucero fluvial turístico se aprovisionaba de combustible.
De este rápido y nada grato recuento de negras noticias, obtenemos sólo una conclusión que es la misma en la que venimos insistiendo hace varios años: la informalidad ha delineado una ruta para las tragedias, la negligencia para hacer cumplir las normas y los códigos de seguridad nos está pasando una factura muy alta; la indiferencia, la incompetencia y el atraso tecnológico nos está hundiendo y burlándose de nuestras aspiraciones de ser una región competitiva en turismo, en transportes y en logística.